QUINTANILLA DE TRES BARRIOS

Vestimenta

 

 

Vestidas a la antigua usanza                                

 

 

Cada época ha venido marcada por un modo de vida adjunta a sus costumbres, sus características y sus condicionantes en todos los ámbitos. Los cambios se han adaptado a unas necesidades impuestas por la situación imperante y en torno a ellas se han creado unas ligazones que identifican la singularidad de sus gentes. En el caso de la vestimenta las modas han evolucionado en función de las concepciones para las que fueron creadas. Nuestras gentes, hombres del campo, se han venido adaptando al medio en el que se desenvuelven y el vestido ha formado parte de la originalidad propia y característica que le ha identificado en su arraigo.

En este apartado hablaremos de la vestimenta de nuestros antepasados como una forma de vestir típica de su tiempo que en la actualidad ha desaparecido del entorno. Describiremos la forma y la manera como vistieron y qué ropas utilizaban en función de las circunstancias que lo generaran. El cambio de vestimenta rompió moldes a partir de mediados del pasado siglo en el que las nuevas corrientes modernistas irrumpieron de una manera rupturista y dejaron en desuso buena parte de las prendas hasta entonces de cotidiana aceptación. No se trató de un cambio radical sino más bien de una progresiva introducción de nuevas prendas de vestir que fueron arrinconando a las precedentes en el baúl de los recuerdos. Baúl medio vacío porque no parece que hayamos conservado en demasía aquellas prendas típicas puesto que no disponemos de muestras relevantes para poder verificar la vestimenta que lucieron épocas atrás las gentes que habitaron nuestro pueblo. Por fortuna disponemos de testimonios escritos que reflejan la veracidad de las ropas usadas en el vestir. La pretensión es que nos forjemos una idea del prototipo de vestimenta acoplado a las personas que en el pasado se dejaron ver en el ámbito del pueblo. Seguramente no nos llegaríamos a imaginar el aspecto que presentarían, tan contrastado y diferente al actual. 

Para completar toda esta información nos hemos documentado en el libro El vestido popular en Soria, de Esther Vallejo, al que seguimos para guiarnos en sus descripciones.

  

Vestimenta de hombre

Lo normal en los hombres del pueblo era que cotidianamente se vistieran adaptados para el trabajo cotidiano. Antonio Gómez Chico, etnólogo y profesor, nos habla de las prendas del hombre diciendo que utilizaba chaqueta corta y calzón, ambos muy ceñidos, su inseparable faja ancha color claro o negra, tan familiar y conocida por quienes ya tenemos nuestros años por haberla visto a nuestros padres y abuelos, que abrigaba el vientre y los costados. Usaba también chaleco pequeño, normalmente sin abrochar, camisa blanca de lienzo y pañuelo a la cabeza al estilo aragonés. Visto así, seguramente no nos hacemos a la idea de que pudieran ir vestidos de tal guisa para salir a laborar el campo. Como calzado, la típica abarca de cuero de forma rectangular. En tiempos de frío, lluvia o nieve, se cubría el pie con el pial alto y debajo llevaba el escarpín de lana blanco, y en la puntera y el talón de la abarca trozos de piel para cerrar los orificios que dejaba. Para los trabajos más duros, encima del calzón se ponían los zagones de cuero para resguardarse. Varios son los vestidos de abrigo de los hombres. Se cubría con la anguarina, la manta, la capa, el capote, la pelliza o el tapabocas, según las ocasiones. Todas ellas piezas de paño fuerte o de lana, color marrón oscuro, hilada a mano y tejida en los telares manuales. Por lo general la indumentaria tradicional estaba hecha de lana, lienzo o lino, con posterioridad se utilizó mucho la pana. Materias primas de las que se abastecieron bien nuestros antepasados por ser proveedores de ellas. No hay que olvidar que el cáñamo fue cultivado con cierta predominancia en terrenos del pueblo para la elaboración de fibras textiles, y que en él hubo tejedores y sastres de paños. También el paño tuvo su preponderancia para confeccionar los trajes típicos. De todos ellos, la lana era la principal abastecedora para confeccionar los vestidos y otras prendas: mantas, alforjas, talegos, etc. Todo el proceso de elaboración ha quedado explicado en el apartado de Oficios y labores por lo que no entraremos aquí a comentar el proceso seguido. Hay que tener presente que la vestimenta de diario sería la más acreditada, la autóctona y auténtica, de cuño campesino y nunca mejor dicho porque la mayoría de estas prendas serían confeccionadas en el mismo lugar y hogar. No así los de fiesta, que serían comprados en establecimientos de San Esteban o de El Burgo, o hechos por sastres, como el famoso Linos, de San Esteban. Hay que comentar que la diversidad del vestido en Soria variaba bastante dependiendo de la zona, o sea no hay uniformidad en el vestir. 

De manera más exhaustiva, Teógenes Ortego nos relata que la indumentaria típica de nuestros antepasados varones estaba compuesta por un calzón corto que se extendía hasta la rodilla, aunque en el pueblo no se recuerda este estilo sino más bien pantalón entero, pero existió; la camisa blanca de lienzo sin cuello, o sea con tirilla, llevaría adornada la pechera con pliegues; los calzones interiores de color blanco estaban rematados por puntillas o algún otro resalte. Completaba el atuendo el típico chaleco de paño, para las fiestas de terciopelo o seda bordado con hilos de colores; la chaqueta de paño pardo o negro, corta y con cuello vuelto y manga hasta el puño, cerrado con botones; la faja de diario era de punto o de pardo negra, y la de fiesta de seda morada o roja y a veces bordada con flecos dando de tres a cuatro vueltas al cuerpo; las medias de calceta echas en casa, por lo general blancas o azules. Se cubría la cabeza con la singular boina negra o pañuelo de seda de vivos colores; y como calzado las abarcas más finas o las alpargatas abiertas atadas con hiladillos de estilo aragonés.

 

Vestimenta de antaño ( Foto Archivo Carrascosa)

 

La vestimenta de diario, y más para salir al campo a cultivar la tierra, sería de lo más austera, no utilizaba tan sofisticados ropajes, pues era normal que las piernas quedasen cubiertas con polainas o piales altos de lana para protegerlas, así como también para determinados trabajos utilizarían los zagones de piel, tal y como hemos especificado. Las camisas eran de un tejido más fuerte, de lienzo; para resguardarse de las inclemencias atmosféricas, aquí el tapabocas o tapamorros tenía su preponderancia. En verano, la camisa y el calzón de lienzo eran las únicas prendas que llevaban puestas. Como calzado, escarpines o la sufrida abarca, bien sujeta a la pantorrilla. Con temperaturas frías solían cubrirse el cuerpo con el tabardo o la famosa anguarina, que cambiaban por la capa parda de los días festivos. De un inventario por la muerte de Manuel García, fallecido en el pueblo el día 3 de noviembre de 1856, extraemos la siguiente información: “…manta de sayal, 26 reales; manta nueva de sayal sin hacer, 64 reales; manta vieja de sayal sin hacer, 16 reales; un costal de lienzo, 8 reales; 6 barras y media de paño a 22 reales; una camisa, 18 reales; una chaqueta, 22 reales; unos calzones, 16; un chaleco, 6; otro de pana, 6; unos calzones a medio andar, 5 reales; una capa vieja, 30 reales; un capote, 10 reales; una capa nueva, 110 reales; una manta nueva, 64 reales…”. En dicho documento se habla de un batanar de las telas.

  

Vestimenta de mujer

La zona de influencia de algunos pueblos con respecto a la comunicación con otros de mayor envergadura ha hecho posible que la forma de vestir sea más o menos autóctona y que haya conservado el modelo de traje típico durante un periodo de tiempo más amplio. Debido a ello se han venido conservando semejantes peculiaridades en las formas y en las prendas de vestir, condicionado también en parte por los elementos climatológicos de la zona de residencia. Nuestro pueblo, enclavado en la zona de la ribera, poseía un prototipo de vestimenta diferenciado al de otros lugares. Aplicado a la mujer, la ropa de diario consistía en una camisa blanca en contacto con la carne, y probablemente en muchos casos la única prenda interior que llevaba puesta, quizá también confeccionada de lino o lienzo por sus manos expertas. Puesta, en la parte de la pechera iba por debajo del justillo, y por abajo quedaba oculta con la saya. Había camisas de manga corta y larga, utilizadas según la época, y generalmente llevaban pequeños bordados. Era una prenda que tradicionalmente formaba parte del ajuar.

De estos inventarios se puede extraer cierta información al respecto de las prendas de vestir que por entonces se usaban, como el que acabamos de describir. Prendas que a pesar de los años se han seguido manteniendo. Una de estas hijuelas fue la que recibió Manuel Delgado por la muerte de su madre Brígida Cerbero, ocurrida el 19 de octubre de 1785 y en ella se especifica: “una camisa vieja, 5 reales; una mejor, 8; una saya de paño, 32; un jubón de paño a medio andar, 6;…”. Años después, en 1830, encontramos otra hijuela por la muerte de Ana Ortiz en la que se detallan algunas prendas de vestir así como su valor: “…una camisa buena, 11 reales; una saya a medio andar, 14 reales; otra saya nueva, 18; un jubón nuevo, 10 reales; un mantillo, 13 reales, y otro a medio andar, 7; un delantal, 4 reales; un justillo de paño, 8 reales; un jubón, 4; otra saya, 6 reales…”. Como prendas que cubriesen la camisa podían colocarse el justillo o el jubón, entre otras. A la cintura se ceñía la saya de paño, sobre la que se colocaba una falda negra o parda con mucho vuelo que se cubría con el jubón ceñido al cuerpo. Solía llevar un corpiño negro o morado sin mangas para hacer juego con la saya de paño, o también una chambra, una especie de camisa negra o parda de manga larga, dependiendo de la estación. El inseparable delantal cubría la falda. Las medias de color negras hechas de lana, lo más probable confeccionadas por ellas mismas, y como calzado unas alpargatas de hiladillo o, porqué no, unas abarcas. Teniendo en cuenta que el campo era, también, su sino lo más probable es que estas últimas la acompañaran con asiduidad. En época invernal, para taparse de arriba a abajo se las podía ver con el mantón de lana. La chambra de los días de fiesta se adornaba con algún tipo de bordado, lo mismo que los mantones de vivos colores. En la cabeza, para sujetar el moño, se adornaban con unos lazos negros o de colores dependiendo de las circunstancias. Las mujeres de cierta edad se cubrían por lo general la cabeza con un pañuelo negro, como la mayoría del resto de ropas en muchos casos, puesto que en aquellos tiempos el riguroso luto llevado durante años hacía que cuando se lo podía quitar, acontecía otra defunción.

El traje de fiesta tenía las mismas piezas que el de diario pero era de telas más ricas y colores más vivos. El corpiño y el justillo eran de seda o terciopelo negro y botones de azabache. La saya, como describiremos a continuación, era de colores variados. El delantal de seda negro; el pañuelo de talle de merino negro con ramo bordado. El de la cabeza también era de seda, adamascada y colores claros. Para la misa se cubría la cabeza con mantillo de paño fino bordado de terciopelo. Las medias eran blancas, a veces con calados; los zapatos, por lo general, de pana o terciopelo negro con punteras y talón de charol pespuntado.

Algunas características del ropaje de mujer nos llevan a la conclusión que, al igual que entre los hombres, había una diferencia contrastada por lo que respecta al ropaje de diario y el festivo. Además las prendas de vestir eran más numerosas en el caso de las mujeres que en el de los hombres.

Camisa. Era la pieza interior más importante, la única, sobre todo en verano que se llevaba debajo del corpiño, sin mangas. Podía ser de lienzo, lino, o hilo para las fiestas. Solía ser de manga larga y con cuello de tirilla. Por lo general era sobria y sencilla, con algún pliegue y frunces en la manga y canesú. La diferencia con la del hombre era que ésta estaba abierta por dos lados y la de la mujer no.

Saya. La de diario el tejido era de lana, del rebaño familiar, y se hilaba y teñía en casa y se tejían en el telar del pueblo. Generalmente eran de color pardo. Los tejidos de las sayas de fiesta y ceremonias eran de mejor calidad y más finas. La gama de colores era más amplia: rojas, amarillas, azules, moradas o pardas, como las de diario. Estas sayas nos resultan bien conocidas porque es del escaso género que aún se conserva. Que fuese de un color y otro dependía de la conmemoración. Las de fiesta eran de colores más vivos, por lo general el rojo. El morado y el azul se utilizaban más bien para actos religiosos; y para las bodas, negras y de tejidos más ricos. Los adornos variaban, el más común las tiras de terciopelo negro. El vuelo solía tener entre 3 y 4 metros, con muchos pliegues en la parte trasera, en la delantera era más lisa para que el delantal no quedara tan abultado.

  

 

 

 

 

 

 

Detalle de vestidos festivos (saya, pañuelo de ramo y mandil)

 

Delantal o mandil. Era una prenda de uso cotidiano en todo momento y ocasión; los de diario para no ensuciar las sayas y los de fiesta como elemento decorativo; estos eran generalmente negros, de seda o adamascados que daba al vestido elegancia y cierto encanto. Los de diario llevaban un bolsillo o faltriquera para guardar el moquero o alguna perra chica. 

Justillo. Prenda interior de abrigo colocada encima de la camisa. Era rígido, hecho de lana forrado de tela de algodón o lienzo. No tenía mangas, era corto hasta la cintura y se cerraba en la parte de delante mediante cordones o bien se cruzaban sus extremos por la espalda y se ataban con hiladillos.

Corpiños, jubones y chambras. Colocadas en la parte superior del vestido, por encima de la cintura. Eran de tejido variado, ya fueran de diario o festivo. De diario solían ser de color pardo, de fiesta de fino paño negro, terciopelo, seda o raso brocado. Si no tenían mangas se denominaban corpiños y se ajustaban en la parte delantera con un cordón. Si tenía mangas largas se ajustaba a la forma del cuerpo marcando muy bien la cintura. Cuando la tela era más fina se denominaban chambras. Se abotonaban en la parte delantera; de manga larga y puño apretado en la muñeca. El color solía ser negro y los modelos variados.

Refajo. Era como una camisa sin mangas, tejido a ganchillo o punto de media de lana o algodón; del refajo ha derivado la combinación. Fueron utilizados en la postguerra para reutilizar la lana o el algodón. Se ponía debajo de la saya.

Enaguas. No era una prenda de vestir popular, tan sólo la camisa era la única prenda interior, el refajo o la saya bajera hacían sus veces. Es, por tanto, una prenda más tardía.

Medias o calcetas. Tanto en las de hombre como en las de mujer aparecían de corto tamaño, por encima de la rodilla; las de diario eran de lana, hechas en casa de color negro o azul; blanco de algodón las de fiesta.

Mantillo. Tienen un origen antiquísimo. Con el tiempo se fue acortando y tomando diversas formas y confeccionándose con diversos materiales: paño, seda, terciopelo. El mantillo puesto en la cabeza llegaba hasta la cintura, era muy fino y aparecía ribeteado. Esta prenda era símbolo de recogimiento y recato, de ahí que fuera de obligado uso para las ceremonias religiosas hasta hace poco tiempo. Aunque de otras hechuras, hay que mencionar dos prendas muy frecuentes entres nuestras antepasadas: la toquilla y el mantón. Como prendas de abrigo, nuestras abuelas se echaban a la espalda su negro mantón de lana cuadrado rematado por flecos. La toquilla era parecida al mantón, más pequeña y fina además de poseer una variedad de colores más amplia.

Pañuelos. Otro elemento imprescindible en el vestir. Podía ser de cabeza o de talle. Los de cabeza eran de percal o de seda de vivos colores y con variedad de dibujos para las más jóvenes, y negro para las casadas y personas mayores, ya que era del color del luto, color insuperable de nuestras mujeres que empalmaban unos con otros. El pañuelo de talle se llama también de ramo.

Hasta aquí un somero repaso a la vestimenta popular predominante en nuestras tierras. Prendas que desde la adolescencia hasta la senectud, hombres y mujeres del pueblo llevaron consigo de por vida por imperativo condicional. No había donde poder elegir más de lo que se daba. Reflejaba la austeridad del ropaje pero también su rica singularidad. Desde niños tuvieron que padecer los rigores impuestos por las condiciones y la ropa no fue una excepción.