
La fiera Grupecia
Ni en la historia más antigua, / ni en África ni en Grecia
se ha visto fiera tan mala / como la fiera Grupecia.
Este monstruo sanguinario / se vio por primera vez
por una joven de España / valiente y noble mujer.
Que en Melilla se encontraba / cavando muy descuidada
cuando se vio “imprevisto” / por la Grupecia atacada.
Su padre y su hermanito / se hallaban cortando leña
a los cuales destrozó / aquella maldita fiera.
La joven pudo escapar / a dar parte enseguida
y al pueblo pudo llegar / angustiada y afligida.
Y al momento le preguntan / por las señas de la fiera
y ella con dulces palabras / les dice de esta manera.
Tiene boca de león / los cuernos de toro bravo
tiene el pecho de mujer / y las alas de pescado.
Las uñas como puñales / las orejas de carnero
y en el rabo una cruceta / que causa temor y miedo.
Yo descuidada me hallaba / cuando la fiera salió
dando terribles bramidos / y a mi padre destrozó.
Mi hermano quiso escapar / pero la fiera con ira
también se apoderó de él / destrozándole enseguida.
Envió cincuenta moros / por ver si matan a la fiera
cansados de caminar / por todas aquellas praderas
cuando se van a retirar / sin encontrar a la fiera.
Cuando tras unos matorrales / sale aquel animal feroz
y a cuarenta y siete moros / con sus garras destrozó.
Y los tres que quedaron / dijeron al señor juez
a matar a ese animal / no nos mande otra vez.
Entonces el señor juez / da mil duros como premio
al que le pueda matar.
Al enterarse los moros / que dan tanta cantidad
salen doscientos armados / a matar a ese animal.
Se tratan de defender / de las garras de la muerte
pero de poco les vale / a aquella indefensa gente.
Porque la fiera furiosa / dando terribles bramidos
a ciento cincuenta moros / dejó en el suelo tendidos.
Los otros huyen gritando / y a Mahoma exclamaban
y por correr más aprisa / las escopetas tiraban.
Llegan al pueblo gritando / diciendo al señor juez
a matar a ese animal / no nos mande usted otra vez.
Y entonces les dijo el juez / con fuerte serenidad
no nos queda otro remedio / que matar a ese animal.
Cuando la gente negrera / estas palabras decía
entraron a confusiones / salvajes y cobardías.
Cuando una joven de España / que todo esto lo estaba oyendo
se presenta al señor juez / y estas palabras diciendo.
Si Usía tiene bondad / de darme lo que le pida
yo le doy muerte a esa fiera / si no me quita la vida.
Necesito una escopeta / y un machete bien cortante
para dar muerte a esa fiera / terrible y horrorizante.
Al oír esto los moros / le dicen con ansiedad
señorita no se atreva / mire que le va a matar.
Callar moros del demonio / no gritar con tantos alardes
que sois más grandes que Judas / y asquerosos y cobardes.
Caramba con la blanquita / la dicen los ofendidos
aunque somos de color / también somos bien nacidos.
Marcha con serenidad / y toda la morería la iba siguiendo detrás.
Pero al entrar la española / en un monte muy cerrado
de moros y de negritos / se encuentra el suelo sembrado.
Y ella sigue adelante / como si tal cosa fuera
cuando de repente se halla / con aquella terrible fiera.
Detrás de un árbol se pone / la española decidida
hace un certero disparo / cayendo la fiera tendida.
Luego coge su machete / con arrogante valor
y le corta la cabeza / a aquel animal feroz.
Entonces la morería / con ilusión verdadera
se acercan dando gritos / después de muerta la fiera.
Y aplauden a esta joven / después de muerta la fiera
y al pueblo de Contado / llevan a la joven hermosa.
Se presenta al señor juez, / muy serena y valerosa
y ella con dulce cariño / le dice al señor juez.
Entréguense estas armas / que la fiera ya maté
y el señor juez admirado / de su grandioso valor
los mil duros prometidos / a aquella joven le dio.
Viva la sangre española / gritaba la morería
que jamás se ha visto en ella / bajeza ni cobardía.
Mientras vean los africanos / que sólo los moros nos roban
no pueden ser tan valientes / como la sangre española.
Informante: Clotilde García Aguilera, 17 de agosto de 1987
El pobrecito gallego
Un pobrecito gallego / natural de Pontevedra
yendo en busca de trabajo / le pasaron mil tragedias.
Si me queréis escuchar / alguna os contaré
si fuera a escribirlas todas / no encontraría papel.
Al entrar en Cataluña / le dio un cólico de hambre
y las nobles catalanas / todas iban a visitarle.
Unas llevaban cebollas, / otras ajos y pimientos
y otras un caldo sin grasa / para darle los alimentos.
Con estos ricos manjares / pronto se restableció
y de prodigio en prodigio / pudo entrar en Aragón.
Y en Zaragoza, señores, / otro caso le pasó
al pobrecito gallego / que es digno de compasión.
Allí pidió una limosna / a un estudiante guasón
y por reírse de él / a una fonda le llevó.
Y le dice, galleguito / sube a comer a esta fonda
que yo vendré a pagar todo / cuanto usted se lo coma.
Dará dos o tres palmadas / cuando se siente en su mesa
que pronto irá el camarero / a ver lo que usted desea.
También antes de comer / ha de rezar dos padrenuestros
por los dueños de la fonda / y otro por el camarero.
Cuando le pidas la cuenta / me llame usted Juan del alma
que yo pronto volveré / pero fueron las espaldas.
Y el inocente gallego / se creyó del estudiante
y a toda prisa subió / por satisfacer el hambre.
Como tan hambriento estaba / mandó sacar tres conejos
un kilo de salchichón / y dos docenas de huevos.
Además de todo esto / también se comió de postre
catorce quilos de uvas / y seis de melocotones.
De vino no digo mucho / seis azumbres se bebió
luego café, copa y puro / para hacer la digestión.
Ya terminó de comer / y le pusieron la cuenta
que le importó la comida / setenta y cinco pesetas.
¡Carallo!, dijo el gallego / yo me encuentro sin un cuarto
pero lo que me he comido / pronto vendrán a pagarlo.
Que me ha dicho un estudiante / que él pagará mi comida
entonces el camarero / con aire cogió una silla.
Y le dice con soberbia / -rediós si no paga usted
ahora le rompo las muelas / como soy aragonés.
Muy asustado el gallego / huyó con gran ligereza
se dio un “grande” porrazo / que se pisó la lengua.
También se mordió un ojo / y encima de todo esto
le sacudió en el lomo.
Hay desgraciado de mí / exclamaba el galleguito
maldito sea el granuja / que a esta fonda me ha traído.
Aunque he comido mucho / de aquí un asado
me han hecho provocar / por arriba y por abajo.
Y aquí termina la historia / del desgraciado gallego
que dice que nadie coma / en la fonda sin dinero.
Informante: Clotilde García Aguilera, 17 de octubre de 1983