QUINTANILLA DE TRES BARRIOS

Novenas y rogativas

 

Ilustración de una escena de Rogativas

 

El despliegue de costumbres y tradiciones de cualquier pueblo conlleva  todo un proceso significativo emanado de su desarrollo vital. Este hecho servía de antesala a una serie de acontecimientos ocurridos, en ocasiones, por causa de fenómenos trascendentales que dieron colorido o simbolismo a los acontecimientos.

En cuanto a las Novenas y Rogativas nada se sabe del momento en que surgió tal petición, si bien pudiera entenderse como una manifestación ya escenificada en siglos anteriores, pues se conocen rituales semejantes en otros pueblos muchos siglos atrás. La paulatina pérdida de la fe y de la credibilidad religiosa, así como determinados factores sociales han incidido sustancialmente en su desaparición, que dejaron de realizarse a partir de los años 60, aunque ocasionalmente algún que otro pueblo vuelve a ponerlo en escena.

Las condiciones de vida en que se hallaba sumido el campesino años atrás escenificaron una serie de actos ligados al organigrama de su medio y de su mundo. Un ejercicio recolector deprimente podía suponer, y suponía, su caída, viéndose relegado a un plano deplorable al intentar resarcirse del contratiempo y reponerse del desgarro económico y emocional sufrido. Y contra todos los pronósticos, el acecho se producía con bastante asiduidad. La pérdida material o conceptual de un bien desmantelaba la ya deteriorada y frágil economía.

Al margen de estas preocupaciones en que la creencia religiosa afloraba superficialmente en algunos casos y profundamente en otros, el síndrome de la situación germinaba en una misma célula: el fenómeno meteorológico sin apenas tiempo para reponerse. Heladas, sequías y tormentas conformaban la trilogía del pesar y de la desesperación. La sensibilidad imploraba entre los afectados que quedaban a merced de un mal momento. Ello dio lugar a una fervorosa solicitud de actos religiosos cuya mención especial estaba absolutamente vinculada a la protección de las cosechas.

No quiere ello decir que en determinados casos el ingenio del campesino no hiciera acto de presencia intentando combatir el peligro que se avecinaba. La propensa formación de tormentas era una condición propicia para buscar ayuda exhortando a la fe divina y confiando en que podría remediar los males, el desastre. Un primer dispositivo utilizado para luchar contra el peligro de las tormentas lo protagonizaba el común vecinal. La acción se llevaba a cabo por adra y consistía en lanzar potentes cohetes contra las nubes tormentosas que desbarataran su descarga. Cuando llegaba el momento, los vecinos de Quintanilla de Tres Barrios hacían el trabajo de “rompe nubes” o “apaga tormentas”. En parejas se dirigían a los lugares estratégicos del término, desde donde buscaban con ansia desmantelar las nubes. Estos lugares contaban con pequeños cobijos, chabolas, para protegerse y desde aquí se llevaba a cabo el ataque. Ello daba lugar a que el desvío de las nubes fuera al pueblo colindante, que en ocasiones era motivo de malestar por enviarles un peligro que en principio no les acechaba.

Intensos se hacían también los momentos en que la feroz tormenta arrasaba sin piedad los campos. El campesino palidecía y su piel se le erizaba viendo cómo podía sucumbir el fruto de sus sudores en unos momentos. La respuesta no se hacía esperar. La imagen de la Virgen de la Piedra o la del Rosario (en el pueblo hay tres para elegir) o el Santo Cristo de la Misericordia, extraídos de la iglesia, hacían acto de presencia y eran invitados a presenciar la devastación, el llanto y el dolor infundido por la descarga de granizo y piedra. Toda clase de insignias que se tuviesen a mano eran sacadas a contemplar el dantesco espectáculo. La población, desafiando la descarga, salía a la calle portando efigies o iconos de vírgenes y santos que elevaban al cielo entre clemencias, rezos y mucho dolor. ¿Amainaba la tormenta por la presencia de la imagen? Sólo la particular creencia conformaba la credibilidad. Como fuere, el procedimiento siguió repitiéndose en momentos tensos a requerimiento de la desgraciada ocasión.

Al margen de estos acontecimientos, en los que el resultado podía traducirse satisfactoriamente o no, la mente del campesino, ante tanta infidelidad, agobio e impotencia, se hallaba absorta en el Ser Supremo y sus ojos encandilados en el firmamento. Todo ello se tradujo en una mayor creencia popular hacia lo espiritual como mejor manera de paliar las derrotas a la vez que en un afianzamiento del programa de súplicas en torno a la figura de su divinidad. Existía una total y absoluta supeditación del mundo terrenal sobre el celestial.

Prueba de ello era también la “bendición de los campos” –de la que se habla en uno de los capítulo de tradiciones- que tenía lugar el día 3 de mayo.

La sola fuerza de voluntad resultaba insuficiente de cara al mantenimiento de fundadas esperanzas y logros positivos. Verdaderamente revelador se presentaba el acontecimiento que justificaba el abatimiento, el sudor febril del campesino cuando sus húmedos e impotentes ojos contemplaban el paisaje desolador de sus sembrados. La reacción era inmediata. El campo se hundía, el espíritu de lucha, de sacrificio y de devoción, empleando medios sobrehumanos, se elevaba.

  

Continuar