QUINTANILLA DE TRES BARRIOS

La vid

La poda

 

 

@ltorre             Podando las cepas

 

Acabada la vendimia, la cepa queda de nuevo a disposición del viticultor para una nueva operación. Si lo cree conveniente cortará los sarmientos a aquellas cepas que presentan un aspecto más vigoroso y a los sarmientos superfluos. Procurará suprimir las varas que no sirvan para pulgares podando el resto a cinco o seis yemas teniendo en cuenta las hostilidades que pueda sufrir hasta realizar la poda. El viticultor siempre ha tenido en cuenta el sabio refrán: El que quiera ver viña vieja convertida en moza, pódela con hoja.

Será  a finales de febrero o principios de marzo cuando considera que es el momento adecuado para podar; una vez pasados los rigores invernales las yemas ya se encuentran un tanto pujadas y no se puede demorar más la poda. Si beber queremos antes de San Gregorio podemos (12 de marzo), sigue diciendo el refranero.

 

@ltorre   Utensilios para la poda (tijeras y podonas)

 

Podona y tijera en mano, talego al hombro, el podador se va en busca de sus viñedos. A pesar de la aparente sencillez del trabajo, la poda ofrece sus dificultades: lugar por donde ha de cortarse el sarmiento; vástagos o pulgares a dejar; en la parte alta o en la parte baja. A pesar de la peculiaridad en la forma de podar, el podador en los contactos con sus compañeros va asimilando nuevas formas o costumbres. Sabe que una cepa demasiado vigorosa da poco fruto, mientras que aparentemente las más débiles producen más pero con ello arriesgan su agotamiento. Conoce también que los brotes alejados de la base del sarmiento son los más fructíferos. Conoce esto y mucho más. Sabe que si poda corto no conservando más de dos o tres yemas pretende con ello no abusar de la cepa y no forzarla a una producción desmesurada. Por el contrario si poda largo dejando más de tres o cuatro yemas por brazo o dejando palos largos, murones, junto a la base, intenta obtener una cosecha mayor pero en perjuicio de la cepa. El fin primordial del murón es para dejar una nueva cepa o para que dé más fruto.

A medida que se va acabando la poda, los sarmientos quedan esparcidos por el suelo. El trabajo de sarmentar suele recaer en las mujeres y los chicos. Era el quehacer diario. Después de salir de la escuela los chicos iban de mala gana, todo hay que decirlo, con sus madres o hermanos a recoger los sarmientos de las viñas. Una vez recogidos‚ se hacían en gavillas, se sacaban fuera y posteriormente se trasladaban al pueblo.

El trabajo de la poda sigue vigente y casi idéntico en cuanto a su realización. La tecnología aún no ha creado el robot que supla al podador.

 

El excavo

 

 

@ltorre             Excavando el viñedo

 

Concluida la poda el viñedo queda limpio, libre para una nueva labor: el excavo. El labrador habrá  terminado de sembrar los cereales y se dispone a arar y cavar la vid antes de que la prematura yema haga su aparición y quede a merced de un mal momento. Cada labor a su tiempo. El refranero lo recuerda: alza en mayo, vina en San Juan, siembra pronto, poda tarde y recogerás vino y pan. Todo ello viene a dar una explicación a las condiciones que rodearon la implantación de esta planta. Inicialmente la cepa era plantada espontáneamente en lugares un tanto inaccesibles, colinas suaves o abruptas pendientes, donde la irradiación solar fuera mayor. El azar de su ubicación, sin orden ni concierto, condicionó que las labores posteriores se hiciesen más  difíciles. Con un esfuerzo sobrehumano el agricultor fue asimilando poco a poco aquellas parcelas más idóneas para la práctica del cultivo. Hoy resulta mucho más asequible al arado mecánico. Antiguamente el número de cepas en Quintanilla sobrepasaba con creces al de la actualidad. En el pasado, y aun disponiendo de una yunta de machos para realizar el trabajo, no era demasiado frecuente esta labor por el procedimiento de arado. Se prefería cavar a mano antes que hacer uso de los animales. Poco a poco fueron cambiándose las tornas. Una de las razones era el desorden en el alineamiento y para ello se utilizaba la azada que garantizaba una labor más perfecta. La herramienta -azada- utilizada variaba según el estado y tipo del terreno. En los terrenos sueltos se hacía uso de la denominada boca de pala, en los fuertes era la de cornejal, de igual longitud pero abierta en la mitad en dos apéndices o colmillos. Con la azada se podía llegar perfectamente a la base del tronco dejándolo limpio de tierra.

La posterior tendencia al alineamiento dio lugar al sistema de arado por medio de animales de tiro. Para su realización se utilizaba un arado de vertedera y un yugo largo, con lo que la distancia entre ambos animales era mayor haciendo más difícil el acercamiento a la cepa y su posible deterioro. Aquí jugaba un papel preponderante la destreza de su ejecutor al acercarse más o menos a la cepa con el arado. A veces ocurría que el arado se clavaba en la raíz de la cepa y se daba de morros contra la esteba. Por término medio el número de vueltas que se les daba a cada surco por ambos lados eran tres. La misión principal, además, consistía en no romper ninguna vara o pulgar y quitar la máxima tierra posible. Se araba de fuera hacia adentro desplazando la tierra del tronco. La que quedaba se quitaba con la azada hasta que la cepa quedaba limpia de tierra y de hierba.

Todas estas faenas se han suplido en la actualidad por la introducción de nueva maquinaria y por la utilización de productos químicos (herbicidas) que erradican la hierba del entorno.

 

El apuerco

La labor contraria al excavo era el apuerco o la vina, que también así se le llamaba. Consistía en arrimar la tierra que en su día se retiró del tronco de la cepa hacía ésta. El trabajo era idéntico al anterior pero a la inversa. Si se realizaba por medio de yunta de animales había que poner el máximo cuidado en no romper los ya crecidos racimos que despuntaban entre el follaje verde del viñedo. Era un tiempo que apremiaba porque la siega estaba ya próxima. El labrador del pueblo vinaba sus cepas a la espera de que la mies acabara de dorar sus espigas. A veces se realizaba de manera simultánea. Si en el excavo había cierto recelo a utilizar la yunta, aquí aún era mayor. Así que manos a la obra y a darle a la azada. Digno de mención era el amor que los hombres del pueblo ponían en el esmero y la dedicación con que mimaban y acariciaban la tierra, las formas redondeadas que propiciaban a cada una de la multitud de cepas. Los viejos del lugar aún rememoran aquellas noches imperecederas de luna llena en las que hacían compañía a las estrellas cavando el viñedo. Porque tras una jornada agotadora trabajando el campo, segando la mies, después de cenar tomaban la azada y el barril de vino y marchaban otra vez al campo a seguir disfrutando del derroche de energías. A la mañana siguiente el viñedo había cambiado totalmente el decorado. El contraste entre los montones de tierra arcillosa y el verde intenso de las hojas daban un aire de satisfacción a los creadores de la obra. Así sucedía hasta que todo el viñedo quedaba trabajado.

 

 La vendimia

 

 

La vendimia de antaño

 

Las normativas municipales ordenaban que el jefe de la Hermandad de Labradores y Ganaderos del pueblo ordenase al alguacil echar un bando para reunir a los vecinos en Concejo a fin de tratar el tema de la recolección. Esta reunión solía celebrarse con la suficiente antelación al día de la vendimia para dar tiempo de preparar todo lo concerniente a ella.

El inicio de la vendimia se hallaba totalmente supeditado a los acuerdos adoptados. La fecha inicial no podía ser infringida a no ser con el expreso conocimiento del alcalde y por causa justificada. El vecindario debía comenzar la recolección el día señalado al efecto y se tomaban estrictas medidas de seguridad para impedir el acceso al viñedo, fuera o no el dueño. Antes de la recolección, el viñedo sólo podía ser visitado el día de la Natividad de la Virgen (8 de septiembre). Ese día todo el vecindario transitaba por sus viñedos pudiendo incluso cortar racimos para llevar a casa. Actualmente todas estas costumbre o normativas han desaparecido y la figura del viñadero -lo mismo que la del guarda- son recuerdos del pasado.

En los días que mediaban hasta el comienzo de la vendimia los preparativos eran laboriosos. Los hombres se ocupaban de todo lo concerniente al trabajo en si: acondicionar el carro para el transporte, preparar y lavar los cestos donde se transportaba la uva y las cestas para recogerla, dar un repaso a los tranchetes por si necesitaban ser afilados. Además había que lavar el lagar y preparar el cubaje. En la actualidad la participación de los recolectores en el lagar ha quedado prácticamente en desuso y han desaparecido por completo las costumbres y la mayoría de los edificios. Ha dejado de practicarse la elaboración del vino por el método tradicional y ha sido suplido por el prensado mediante máquinas para consumo personal o en cooperativas vitivinícolas. Quedó atrás la época en la que los lagares acogían a decenas de participantes. Quedaron atrás también sus labores, sus costumbres y su significado. Rememorando tiempos pasados, la estricta organización del lagar era una norma imperante. El primer acto de los participantes en conjunto consistía en limpiar el lagar. Las acémilas eran las protagonistas acarreando el agua desde la fuente hasta el lagar. Uno y otro viajes con los cántaros resudando a lomos del animal.

Cuando ya había suficiente agua en la pila se metían dentro los hombres provistos de un cubo y escobas de púas. Lanzaban el agua fuertemente contra las paredes y aplicaban las escobas para raer la suciedad incrustada. La operación se repetía varias veces hasta que el depósito quedaba totalmente limpio.

Lo mismo ocurría con el cubaje (cubas, cubetos) y tinajas. Junto a la puerta de la bodega se preparaba la lumbre y se calentaba el agua en calderas de bronce. Los recipientes pequeños se sacaban a la calle y se lavaban una y otra vez hasta que quedaban limpios. Las cubas, de mayor cavidad, se lavaban metiéndose una persona, chico o adulto, dentro. En el interior se hacía difícil la respiración. Las continuas masas de agua fría y caliente creaban un ambiente sofocante y había que sacar la cabeza repetidamente. Por otra parte era un trabajo muy farragoso porque la suciedad quedaba impregnada en el cuerpo. A las cubas y cubetos, una vez secos, se les daba el sebo por las intersecciones de las tablas para prevenir posibles filtraciones y de paso para darle más consistencia al vino, según los entendidos.

En las calles se respiraba el olor picante y mohoso de las heces. La imagen había cambiado totalmente el decorado. Recipientes, cestos, carros con sus cestos preparados para ser lavados o para la recolección. Estampa totalmente diferente a la habitual. La víspera de la recolección era el día de los últimos retoques y preparativos. Las mujeres se ocupaban de todo lo concerniente a la comida.

 

 

 

           Escenas de la vendimia tradicional (años 80)

 

La vendimia solía durar entre tres y cinco días, dependiendo de la cantidad de viñedo y de la mano de obra disponible. Durante estos días se reclutaba a todas las personas disponibles: pequeños y mayores. Se cerraban las escuelas para más ayuda y se echaba mano de los conocidos y familiares de otros pueblos. Existía una especie de acuerdo entre pueblos limítrofes para que hubiera unos días de diferencia en la recolección y para que quien lo necesitase pudiera buscar vendimiadores en ellos.

De buena mañana el pueblo era un hervidero de gente, carros y acémilas. Bullicio, algarabía, chanzas y  ánimo de emprender una jornada que se presumía expectante. Durante estos días de vendimia generalmente se reunían las familias en grupo y se ayudaban mutuamente. Para alegrar el día no faltaba ni la copa de orujo ni las pastas. Los caminos eran un tránsito de carros, personas y acémilas. En el ambiente se dejaba oír el eco de las conversaciones que se mezclaban con el crujir de las ruedas de los carros y el relinchar de los animales. 

La faena se organizaba de manera que todos y cada uno hicieran un trabajo de acorde con sus condiciones. Los chicos, las mujeres y los de mayor edad se dedicaban exclusivamente a cortar racimos de uva; otros sacaban las cestas y las transportaban al carro; y otros, además de todo ello, eran los encargados de transportarla hasta el lagar. De esta función solían ocuparse un par de hombres por el riesgo contraído en el camino y por ayudar a llevar los cestos a la espalda desde el carro hasta el lagar. Otro modo de transporte era por medio de acémilas. Cuando una persona disponía de un sólo animal de tiro solía juntarse con otro en su misma situación para acoyuntar una pareja. De lo contrario se veía en la obligación de transportarlo con un solo mulo. Para ello se le acoplaba un dispositivo en el lomo del animal, denominado silleta, que podía transportar un par de cestos. La carga de un carro podía contener hasta diez cestos.

 

Acémila portando cestos en la silleta o amugas

 

Como todo el personal disponible se ocupaba en la vendimia, los lagares solían contratar a personas de otros pueblos para que se encargaran de controlar los pesos y llevar la contabilidad de la uva y el reparto del vino. Eran los pesadores o romanadores. Cuando un acarreador llegaba al lagar con su carga, vaciaba los cestos de uva en un gran pote de madera cuya capacidad aproximada era de unos dos cestos, 150 kilos. La romana utilizada admitía valores en arrobas y libras. Cuatro libras equivalían a una arroba. En el haber de cada uno se iba apuntando el número de pesos, las arrobas y las libras. La suma de todo ello se traducía en cántaras de vino. Cada arroba equivalía a dos cántaras de vino. Una cántara contenía 16 litros. Los pesos se hacían por exceso y no por defecto, lo que en el argot popular se denominaba peso corrido.

Salvo excepciones, durante estos días la comida tenía lugar en el campo. Si el tiempo acompañaba –a veces transcurría en medio de aguaceros- este momento se hacía distendido, alegre. Era típico de la vendimia intentar lavar la cara con uvas a las mozas. Ocurría entre los componentes de un mismo grupo, pero se hacía más notorio cuando diferentes cuadrillas se enzarzaban en una batalla de uvas de unos contra otros y les sacaban los colores. A veces también salían a relucir las malas pulgas y el dulce se hacía amargo. Al acabar la jornada, de vuelta a casa, los participantes regresaban fervorosos entre chanzas, canciones y un ambiente extraordinario. Sin duda alguna era la estampa típica de los cuadros de Goya.

El proceso descrito se repetía durante todos los días de la vendimia. Al acabar, el viñedo permanecía a merced del ganado ovino. El designio la uva olvidada quedaba en manos de los rebuscadores, semejante a lo que ocurría con las espigadoras. Normalmente solían ser personas de otros pueblos que no disponían de viñedo en el término; o quizá  pobres de solemnidad que veían en el rebusque una oportunidad de saciar el apetito de manera dulce.

Hasta aquí la somera explicación de los trabajos y las labores más destacadas de las gentes campesinas de nuestro pueblo, de los hombres y mujeres, de los chicos y chicas, que tuvieron que enfrentarse al sino de sobrevivir a base de hacer esfuerzos titánicos. Porque no hemos hablado de que si aún les sobraba algo de tiempo para descansar lo utilizaba para ir a jornal y poder ganar una perras con que hacer un poco más llevadero  el modo de vida. Una vida de alabanza.     

 

 

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