QUINTANILLA DE TRES BARRIOS

La Atalaya 

 

 

Comitiva camino de la Atalaya

 

Esta tradición pasa por ser la mayor raigambre y consideración del calendario festivo y tradicional de Quintanilla. En el pasado su conmemoración formaba parte, junto al día de la Ascensión, de la que fuera la segunda fiesta del pueblo, después de la de la Virgen de la Piedra. Porque antiguamente, además de las muchas fiestas de santos que eran de guardar, se solían tener dos fiestas principales. Más que nada para no entristecerse pensando en que toda la ilusión se acababa en un suspiro. Mucho más teniendo en cuenta que antiguamente en el pueblo se trabajaba mucho más que ahora. También se disfrutaba de otra manera. Así que el día de la Atalaya ha venido coincidiendo con la víspera de la Ascensión, o lo que es lo mismo, un miércoles y un jueves de alguna semana del mes de mayo. Ahora se celebra el sábado víspera del domingo de la Ascensión. Quienes mejor sabíamos cuando caía era a los chavales que nos escocía ir a la escuela. Así que recitábamos la cancioncilla:

                     Lunes, letanía, / martes, letanión

                     miércoles la Atalaya, / jueves la Ascensión,

                     viernes coció mi madre, / sábado no quise yo,

                     y domingo, por ser domingo, / la semana se pasó.

 

A pesar de los años transcurridos todavía quedan bastantes reminiscencias con respecto a cómo se celebraba antaño este día. Siguiendo la tradición, ya de mañana los hombres se reunían en la Casa Consistorial a tomar la copa de aguardiente y las pastas para ir abriendo boca. Entretanto las mujeres preparaban el almuerzo. Seguidamente se iba a la iglesia, se sacaba a la Virgen de la Piedra, el pendón, la Cruz y el estandarte y se bajaba en procesión hasta la Ermita donde tenía lugar, y sigue vigente, la misa y se reza la Salve. Una vez acabada la homilía, las mujeres entregan la vianda a los hombres y se despiden de ellos. Regresan al pueblo y ellos enfilan el camino hacia la Atalaya, distante un par de kilómetros.

La comitiva la encabeza el cura, el pendón, el estandarte y la Cruz –la Virgen queda en la Ermita- y por el camino se va rezando la letanía, al tiempo que las campanas de la iglesia van tocando mientras dura la oración, que suele coincidir al llegar al portillo de la Floriana. Hasta aquí se va en orden y concierto mientras el rezo tiene lugar. Una vez acabado, se recoge el pendón y se le echa al hombro y el trecho que dista hasta la proximidad de la Atalaya se va de manera informal, charlando. Una vez en las inmediaciones de la Atalaya se reanuda la oración, se enarbola el pendón y las insignias tornan a posicionarse al tiempo que las campanas vuelven a sonar hasta llegar al pie de la torre vigía, donde se acaba el itinerario.

Una vez aquí lo que sigue es una jornada de convivencia y hermandad, de esparcimiento, de algarabía y de darse un buen almuerzo. El vino corre a cuenta del pueblo –antiguamente se servía en copas de plata y a los forasteros se les daba por la parte de abajo- y la comida cada cual la suya. Tras unas horas de relajación, una vez que el mediodía hace acto de presencia, se emprenda la marcha, esta vez más contentos que unas pascuas con los ánimos más caldeados que a la ida, haciendo el mismo trayecto de regreso y el mismo proceso: rezos, tañidos y cánticos hasta llegar a la Ermita donde quedan las insignias y de aquí al pueblo. Antiguamente las mujeres bajaban con la comida a la fuente y allí comían todos en un ambiente de armonía. Por la tarde, como ahora, se saca la Virgen de la ermita para subirla de nuevo a la iglesia entre cánticos y oraciones.

La Atalaya era y sigue siendo tradición de hombres, no por machismo sino porque así ha sido siempre, sin saber a ciencia cierta ni el cómo ni el cuando ni el porqué de tan antiquísima tradición. ¿Hipótesis? Hay connotaciones entre la forma de celebrar esta tradición y la partida de los guerreros cristianos en la Edad Media hacia la guerra. El oír misa de mañana; la despedida de las mujeres a los hombres (guerreros) a la salida de la iglesia; la comitiva encabezada por el pendón y otras insignias y hasta el lugar hacia donde se dirigen: la Atalaya, torre defensiva de gran trascendencia en las luchas contra los infieles. ¿Por qué a la Atalaya? La hipótesis es que se trate precisamente de la conmemoración de alguna batalla en una zona estratégica como era el valle del Duero. O cualquier otra victoria o efemérides que tuviera lugar aquí. Cabe la posibilidad de que el motivo fuera el pleito que mantuvo el pueblo de Quintanilla con el Honrado Concejo de la Mesta allá por el año 1600 por unos terrenos que se hallaban justamente al lado de la Atalaya. Terrenos labrados por el pueblo y que la Mesta decía no permitir que fueran labrados porque eran de paso y estabulación del ganado como cañada. La Chancillería de Valladolid acabó dando la razón al Concejo de Quintanilla. El terreno era comunal porque se lo había concedido la condesa de Castilla, Sancha Ballestero, mujer de Fernán González, allá por el año 952.

Y por último, otra de las hipótesis es que se trate de un simple almuerzo de hombres dentro de una conmemoración festiva, como era la segunda fiesta del pueblo, y después comían junto a las mujeres en la fuente. Porque si participaban las mujeres, ¿quién iba a hacer la comida a los hombres? Pero, ¿por qué toda la parafernalia de la misa en la Ermita y no en la iglesia, del cura, el pendón, el estandarte, la Cruz, el ora pro nobis, el repique de campanas…? ¿Una tradición laica o religiosa? ¿O es una simple romería encuadrada en un marco lúdico-religioso en el que no participaban las mujeres por aquello de la “sagrada” separación de sexos en un tiempo en que los poderes estaban tan contrastados? Sea como fuere ahí está el día de la Atalaya con sus muchos años a cuestas.

El día se completaba con lo que solía ser típico en aquellos tiempos y más a sabiendas de que se celebraba la segunda fiesta del pueblo: los juegos de tanguilla, la calva, los bolos, el baile amenizado por la música de los gaiteros, de Matanza o de Fuentearmegil,  y la algarabía que corría por la plaza entre unas gentes que sabían divertirse cuando la ocasión lo requería. 

 

Estado actual de la tradición: vigente