QUINTANILLA DE TRES BARRIOS

  Fragua

  

 

@ltorre   Antigua fragua y actual reconstruida

  

Un pueblo como Quintanilla no podía pasar sin un edificio imprescindible como fue la fragua y una profesión ligada a ella como era la del herrero. No disponemos de datos que nos confirmen cuándo pudo llegar a construirse, aunque sí tenemos constancia de la existencia del herrero en el año 1752.  Tampoco tenemos noticias que nos hablen de una anterior a ésta, al menos nadie en el pueblo sabe de su existencia. En cualquier caso, la primitiva fragua sería un edificio donde las labores y funciones del herrero serían muy activas por la dependencia de la gente del pueblo a requerir los servicios en ella realizados, como veremos cuando hablemos de la figura del herrero.

De lo que sí podemos estar seguros es de los materiales de construcción, en el que el adobe, la piedra, el barro, la teja y la madera estarían presentes en el edificio. La forma o estructura exterior serían la de un simple local con una chimenea y una ventana para airear el ambiente. Un edificio clásico tradicional en la humilde construcción del pasado. Tampoco conocemos si su primitiva ubicación siempre ha sido la misma o a lo largo del tiempo ha variado de lugar. Incógnitas todas ellas difíciles de desvelar. La que ha llegado hasta nuestros días es la conocida como de la Poza y en ella vinieron desarrollando su oficio los últimos herreros. 

La finalidad para la que estaba destinada la fragua era, primordialmente, arreglar todo lo relacionado con el hierro, calzar a los animales que la gente del pueblo utilizaba para las labores del campo y, especialmente, los aperos de labranza, como por ejemplo sacar boca a las rejas. Forjar era dar la primera forma con el martillo a cualquier pieza de metal y en la fragua del pueblo se forjaron piezas, utensilios o enseres destinados a distintos menesteres, con especial predilección por los aperos del labranza.

En el interior de la fragua había una serie de herramientas precisas para llevar a cabo el trabajo. Herramientas y utensilios sin los cuales no podía desarrollar los trabajos encomendados.

En uno de los rincones se hallaba el fogón, que era el lugar donde el herrero aplicaba calor a los metales para forjarlos. Aquí iba manteniendo el fuego, echando más o menos leña o carbón en función del trabajo que tenía que realizar. Siempre debía permanecer activo.

El fuelle, inmenso soplador que avivaba el fuego y el rescoldo de las ascuas para mantenerlas siempre vivas, lanzaba el aire en una misma dirección sobre las brasas. Su forma es la de una caja con tapa y fondo de madera, con costados de piel flexible, una válvula por la que entraba el aire y un tubo por el que salía, la tobera, que con el contacto directo con el fuego solía deteriorarse con el paso del tiempo.

El yunque, bloque compacto de hierro. Con el tiempo ha sufrido algunas variaciones en cuanto a la forma, pero siempre acabado en punta en ambos lados para facilitar el forjado y adaptar o sostener algunas herramientas de formas un tanto peculiares.

La piedra de afilar de pedal que utilizaba para sacarle filo a las herramientas. Y el pilón del agua donde se enfriaba el candor del hierro de las piezas fabricadas.

Por la estrecha y alargada ventana, a través de la cual se divisaba un paisaje circundante, apenas iluminaba el sol el interior de la fragua, dándole un ambiente de recogimiento y penumbra que caracterizaba la visión del lugar. El polvo negruzco de las paredes y las herramientas que las poblaban hacían característico un local imprescindible para resolver las necesidades de la gente del pueblo. Y en los alrededores las piedras de formas variadas características de la fundición.

A mediados de los años 60, la fragua dejó de funcionar. Al último herrero, Gregorio Santos, -que fuera padre del popular periodista deportivo, J. J. Santos- que vivió en la que hoy es la casa de la familia de Sebastián, no le sustituyó ningún otro porque el campo comenzó a sufrir un paulatino proceso de mecanización que fue relegando poco a poco los aperos de labranza utilizados hasta entonces. La finalidad para la que fue creada la tradicional fragua tenía sus días contados. El taller fue tomando auge a medida que la maquinaria agrícola se fue imponiendo en el paisaje agrario.  En la actualidad, la fragua es un recuerdo ligado a un modo de vida y a un sistema de producción y de subsistencia que mantuvo durante muchos lustros su protagonismo en un pasado de estrechos horizontes. Como testimonio se ha recreado su ambiente para mostrarlo al visitante y dedicarlo a actividades relacionadas con la artesanía y oficios tradicionales.