QUINTANILLA DE TRES BARRIOS

Al corro de la patata

 

 

A este entretenimiento, sexista por aquellos tiempos, se apuntaban las niñas. Era uno de los más concurridos en tiempo de recreo escolar y por supuesto contribuía a elevar el tono de algarabía ambiental en este espacio de asueto. Pero no era exclusivo de este tiempo. Por lo demás poco tenía de complicación a la hora de ponerlo en escena. Era un juego muy sencillo, eso sí con numerosas variantes dependiendo del lugar donde se juegue. Si se reunían unas cuantas niñas (y/o niños) decididos a jugar a él tan sólo tenían que hacer un corro, agarrarse de las manos sin soltarse y dar vueltas y más vueltas de manera pausada cantando una canción. Lo normal era que una de las niñas, por designación o propia voluntad, fuera el centro de atención. A ella se le dedicaba la canción y en ocasiones tenía que actuar en consecuencia. Y así sucesivamente turnándose para no agotar a la que se encontraba en el centro.

Bastante variado era el cancionero que se recitaba, a veces en función a la acción que realizara la niña que se encontrara en el centro. Teniendo en cuenta que este tipo de juego o entretenimiento es una mezcla de movimiento y canción, se podía introducir cualquier variante que le fuera bien a la acción desarrollada. La retahíla de canciones era amplia y la primera de todas era la que identificaba el nombre del juego:

                 Al corro de la patata, que comemos en ensalada,

                 la que comen los señores, naranjitas y limones.

                 Alupé, alupé, sentadita me quedé.

 

La escenificación llevaba aparejada en esta canción el que cada vez que sonaba el “alupé, alupé”, se hacía un amago de agacharse, y en el colofón final era cuando todas quedaban sentaditas durante un momento en el suelo.

Otra de las canciones típicas de este juego era El patio de mi casa:

                 El patio de mi casa es particular,

                 cuando llueve se moja, como los demás.

                 Agáchate, y vuélvete a agachar,

                 que los agachaditos no saben bailar.

                 Chocolate, molinillo, corre, corre, que te pillo.

 

Otra versión:

                 El patio de mi casa es particular,

                 cuando llueve se moja, como los demás.

                 Agáchate, y vuélvete a agachar,

                 que los agachaditos no saben bailar.

                 Hache, i, jota, ca, ele, elle, me, a,

                 que si tú no me quieres,

                 otro niño me querrá.

                 Hay que me debes, una, hay que me debes dos.

 

El ritmo, en algunas fases del juego, era casi trepidante porque cuando aún no se habían levantado ya se tenían que volver a agachar. Tal era así que a algunas niñas un poco tardías no les daba tiempo de hacer todo el proceso y se quedaban a mitad de camino.

Todas y cada una de las variadas canciones que se entonaban en este juego tenían su intríngulis. A cada una de estas canciones le seguía unos gestos o movimientos diferentes en base al contenido. Un ejemplo era:

                 Desde chiquitita me quedé, ay,

                 algo resentida de este pie, ay.

                 Disimular, que soy una cojita,

                 y si lo soy, lo disimulo bien.

                 Ay, ay, que te pego un puntapié,

                 con la punta de este pie.

 

En un juego de tanto dinamismo y acción, el divertimento no podía ser más satisfactorio. Durante el recreo venía a pedir de boca porque no siempre las clases podían haber ido divinamente, porque en tiempos pasados el castigo, palo y tentetieso estaba a la orden de las circunstancias. Y estas no tenían que ser muy excepcionales para que se produjera el desenlace. Bien es cierto que las niñas recibían menos que los niños, que por menos que cantaba un gallo te encontrabas con un reglazo o con los brazos en cruz cara a la pared. ¡Y suerte tenías si además no te ponían un tocho de libro en cada mano!

Otra de las canciones fijas y típicas para este juego, que además servía para algún otro, era el de:

                  A esa niña que hay en el medio,

                  se le ha caído el volante

                  y no lo quiere coger

                  porque está el novio delante.

                  Hay chúngala, calacachunga,

                  hay chúngala, la coliflor,

                  hay chúngalas las señoritas,

                  que llevan el polisón.

                  Las señoritas de ahora,

                  dicen que no beben vino,

                  debajo del polisón

                  llevan el jarro escondido.

                  Hay chúngala, calacachunga,

                  hay chúngala, la coliflor,

                  hay chúngala las señor

                  que llevan el polisón.

           

Había otras, como por ejemplo Tengo una muñeca vestida de azul que era también de las que no solían faltar para la ocasión. Y algunas otras más que no sacamos a colación para no alargar el contenido del juego.

Así continuaban hasta que las fuerzas extenuaban y decidían cambiar de ritmo y de juego, o si era durante el recreo, éste tocaba a su fin. Pero desprendían alegría a raudales por todos sus poros.

 

 

Al florón, florón

 

 

Aunque los “florones” era un plato de repostería típico de los días de carnaval que solían hacer las mozas cualquier domingo o fiesta de guardar (al menos en mi pueblo), también se le conocía así al juego al que acudían chicas y grandes para pasar el rato, sobretodo cuando se encontraban sin otra ocupación mejor que hacer. Era un juego por excelencia practicado por el género femenino y en aquellos tiempos en los que la separación de sexos marcaba claramente las barreras, no era frecuente que un niño se apuntase a tal entretenimiento. Tampoco era raro ver pequeños grupos de niñas acompañadas de mayores en la calle, en lugares porticados o dentro de las casas pasando un rato entretenido. Hay que tener en cuenta que juegos de estas características servían de entretenimiento a los niños pequeños para que no anduvieran dando guerra. 

El juego era muy simple y tan sólo tenían que reunirse al menos tres o más participantes para ponerlo en práctica. Se colocaban, por lo general, haciendo corro y con las manos en posición de orar. Bien echando a suerte o bien cualquiera de ellas iniciaba el juego cogiendo una prenda, que podía ser desde un botón hasta una judía o un canto pequeño. Algo que resbalase bien pero que apenas abultase para que no se notase dónde iba a depositarse. La prenda se metía entre las palmas de las manos manteniendo éstas bien estiradas y procurando que no se viera.

Durante el transcurso, el florón-florón iba acompañado de una canción que marcaba los pasos y finalizaba cuando la que repartía la prenda había pasado por todas las manos de las jugadoras. Juntas comenzaban el popular estribillo que decía así:

                 Al florón, florón, está en mis manos

                 cuantas veces lo diré. Al florón, florón, dímelo.

 

Otra de las cancioncillas que se cantaba para la ocasión era la del famoso Antón Pirulero:

                  Antón, Antón, Antón pirulero,

                  cada cual, cada cual, atienda a su juego

                  y el que no lo atienda pagará una prenda,

                  la prenda de Antón.

                  Antón, Antón, Antón pirulero…

 

Mientras iban cantando, la que portaba la prenda iba introduciendo sus dos manos juntas en las palmas entreabiertas de las manos de las de las niñas, que muy discretamente las abrían y las cerraban intentando que no se notara si en ellas quedaba depositada la prenda. Esto se hacía con el mayor disimulo para que no se notase en qué manos había ido a parar. Como queda dicho, tenía que pasar por todas las manos del grupo y la decisión quedaba a merced de la que repartía, que coincidía con el final de la canción. A ella le tocaba adivinar en qué manos creía que podía estar la prenda, incluidas las de la repartidora. Si lo acertaba recibía como premio aquello a lo que previamente hubieran acordado jugar, normalmente nada, y era a ella a quien correspondía coger la prenda y volver a repetir el juego. En caso de fallar, repetía de nuevo la misma de la vez anterior. Así sucesivamente hasta que se determinaba finalizar al juego.

Este juego, como otros muchos, no era exclusivo de Quintanilla. Estaba bastante extendido por la zona, la provincia, la región... Incluso en el Jalisco mexicano también se practicaba, aunque de una manera distinta ya que aquí participaban los niños. Consistía en que uno de ellos, con los ojos tapados, se ponía en el centro mientras los demás se colocaban las manos a la espalda y se pasaban una piedrecita de unos a otros al tiempo que cantaban una canción. En cuanto se acaba ésta, los niños cierran rápidamente las manos y se las enseñan al que está en el centro, que tiene tres oportunidades para adivinar en cuál de ellas se encuentra. Si lo descubre toma su lugar el jugador que la tenía. Si no, se agacha de nuevo hasta que lo adivine.

A pesar de los nuevos y poco ocurrentes juegos de los niños actuales, el florón- florón no ha desaparecido y de tanto en tanto puede verse algún grupo jugando a él. Queda por rescatarlo junto al resto de entretenimientos de otros tiempos y ponerlo en práctica para que vuelvan a renacer los juegos de antaño, los de nuestra niñez.

         

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