QUINTANILLA DE TRES BARRIOS

Cofradía de mozos

 

 Cuadrilla de mozos de la Cofradía

 

Aunque la juventud del pueblo estuviera formada por diferentes cuadrillas establecidas en función de la edad o de la afinidad entre ellos, existía una organización que englobaba a un componente de jóvenes que pasaban a formar parte de su estructura. Mozos y mozas eran un segmento de población muy considerable en el pueblo en algunas épocas por el número de ellos que componían la masa social. La pirámide de población hasta los años sesenta en que comenzó la sangría de los pueblos por la drástica emigración de la gente a la ciudad, fue verdaderamente muy amplia. Sin temor a equivocarnos y sin necesidad de echar mano de estadísticas que nos lo confirmen, es certero asegurar que el número de población menor de treinta años rondaba los 150 y ello daba lugar a que el pueblo gozaba de una excelente perspectiva de futuro, de algarabía y de savia nueva… que quedaría totalmente deteriorada. Pero mientras duró el sueño, la juventud fue un movimiento social de dimensiones considerables, un revulsivo de comunicación y de ocio, bien es cierto que bastante limitado, que daba un verdadero dinamismo.

Cada cual, por lo general, quedaba englobado en una cuadrilla de amigos/as que a su manera disfrutaban de los ratos libres, que no solían ser considerables pero que teniendo en cuenta que las festividades abundaban en el calendario religioso, se hacía un hueco a las labores cotidianas. Días y momentos eran aprovechados por esta considerable juventud para pasar el rato y disfrutar a su manera de los días festivos con lo poco que había a su alcance. Pero en aquellos tiempos de pocos medios y escasos recursos se tenía que pasar con lo que buenamente podía. ¿Disfrutar? Entretenerse en practicar los juegos tradicionales –calva, tanguilla, pelota, bolos, etc.-, o algún juego de azar los adultos, y juegos populares los niños. Otra de las alternativas era el campo, por si uno no estaba ya cansado de visitarlo, pero no era lo mismo la obligación que la devoción, porque así resultaba el echo de salir a él para buscar algo con lo que entretenerse y de paso conseguir merienda o algún incentivo por coger algún animal que sería gratificado.

Las meriendas entre cuadrillas de chicos/as, mozos/as era de lo más habitual en los días festivos. Cada cual con la suya se desplazaba por lo general a un lugar tradicionalmente símbolo de este tipo de encuentros: el Jardil del Alto (malformación de la palabra Jardil por Jaraíz, lagar), donde se concentraba todo tipo de hombres, desde los chicos hasta los casados. Las chicas y mozas no solían frecuentarlo. Los mozos, tras la merienda, y teniendo en cuenta la estación en que se tratase, o bien se iban a pasear con las mozas, si no había inconveniente en acompañarlas, o se dedicaban a dar la ronda al pueblo dando un poco la murga para hacerse oír. Teniendo en cuenta que con tantas cuadrillas como había y que más de una y dos daban la vuelta al pueblo, el ambiente estaba asegurado. Hay que tener en cuenta que no siempre se pudo hacer estas rondas porque por orden municipal durante algún tiempo estuvo prohibido.

En este estado quedaba enmarcado el protagonismo de mozos/as durante aquellos años en los que el contingente era tal que podía darse un indeterminado número de cuadrillas entre uno y otro sexo, porque de lo que no había posibilidad era de cuadrillas mixtas, no lo permitía la conciencia familiar. La diferenciación de sexos era tan contrastada y tan encuadrada que cada cual iba en su entorno.

 

Cofradía de mozos. Pero era preciso que algunas costumbres y tradiciones arraigadas tuvieran que establecerse de manera tan precisa que no cabía otra posibilidad que la organización. Y para ello a los mozos no les quedaba otra alternativa que formar una asociación formal en la cual cupiera todo aquel que lo desease cumpliendo unas normas internas que debían efectuar de maneras estricta. Esta asociación o Cofradía de Mozos se regía por unas reglas que debían ser acatadas por todos los que desearan entrar a formar parte de la organización. La pirámide estaba formada por el alcalde y el teniente de alcalde, y a su disposición se encontraban los alguaciles. La edad mínima para ingresar eran los dieciséis años y entraban de alguaciles, sustituyendo a los que había anteriormente. Para ello debían de pasar una prueba un tanto burda que no siempre se llevaba a cabo, pero que teniendo en cuenta las circunstancias machistas de aquellos tiempos era una especie de requisito su veracidad. El novicio debía de someterse a una prueba de virilidad que consistía en demostrar su potencia a base de golpear sobre su miembro una paja de centeno. Dicha prueba se le conocía como “romper la pajilla” y se practicaba más como un requisito informal que como una prueba fehaciente. Los requisitos de la hombría eran aspectos muy determinantes en el mundo rural de aquella época.

Además de esta prueba, para entrar en la Cofradía de mozos era preciso e indispensable “dar la cuartilla”, tal y como se conocía el acto en sí. Dar la cuartilla, que era ofrecer a los compañeros cuatro litros de vino que compartían en total armonía, suponía dar el paso de chico a mozo, la iniciación de la pubertad y por tanto de formar parte de un ambiente que significaba un cambio importante en su estatus. Estar dentro de este grupo de mozos era una aspiración fundamental con cierta graduación.

Ciertamente la Cofradía de mozos tenía un papel preponderante en ciertas costumbres y tradiciones de raigambre continuista del pueblo. Ellos eran los encargados de poner colorido a determinados acontecimientos que ponían de manifiesto actos y eventos que surgían en la actividad cotidiana de la vida del pueblo. Llevaban el peso de buena parte de los aconteceres que transcurrían entre las gentes y el entorno social, entre lo popular y lo religioso.

La Cofradía de mozos tenía unas normas bastante estrictas para una organización que de puertas a fuera podía significar algo informal. Tenían un protagonismo considerable  y un papel fundamental en mantener a raya el listón cultural-tradicional popular. Estaban presentes e irrumpían en diferentes situaciones para dar realce al evento. Ellos eran, por ejemplo, los encargados de poner en escena la costumbre de cantar y rezar puerta por puerta la noche del Día de todos los Santos. Un encuentro cargado de emoción donde se conjugaban la creencia con el fervor. En el apartado de la Noche de ánimas hemos dado cumplida información del acto que rodeaba esta noche de difuntos. Una jornada que los mozos hacían exclusivamente suya puesto que podría decirse que durante un par de días desaparecían de la casa de los padres para pasar una convivencia entre ellos con un profundo sentido de hermandad.

Protagonistas lo eran de otras muchas actuaciones. De encargarse de pingar el mayo con la tradición como apuesta; de enramar todas y cada una de las casas de las mozas cuando llegaba el día de San Juan, que alguno de los interesados adornaban con esmero la de sus respectivas prometidas. Eran quienes encandilaban el momento crucial de las bodas al desplazarse a casa de los recién esposados para cantarles la alborada o albada, una composición realmente entrañable que escuchaban los invitados dentro de la casa mientras los mozos escenificaban el momento desde el exterior. Este tipo de costumbres llevaba aparejado, además, la exigencia de pedir la “costumbre” al novio cuando éste no era oriundo del pueblo. Costumbre que consistía en una invitación por llevarse a una moza del pueblo siendo él ajeno. Costumbre no exenta en ocasiones de polémica por la acérrima negativa de algún familiar de la novia a tener que darles la dichosa costumbre porque no le venía en gana.

Los mozos de la Cofradía también se encargaban de dar comida y cena a los músicos el día de las fiestas patronales. Por adra, cada uno de ellos se llevaba a su casa a un músico para darles de comer durante los días de las fiestas, la principal o la secundaria. Era uno de los acuerdos de los que no podían inmiscuirse y por tanto debía hacer frente. En general la Cofradía de mozos era una organización precisa para fundamentar las bases de una convivencia y cooperación social del pueblo, gracias a la cual establecer unas normas que hicieran más factibles determinados acontecimientos de raigambre popular.