QUINTANILLA DE TRES BARRIOS

PASTOR.- Es parte de la mucha sabiduría que tiene mi señor amo, Juan Ruy Pérez, sobrino del ilustre obispo Pedro Martínez de Osma, que el Señor le tenga en su santa gloria, ciudad que dista unas leguas de aquí. Todo el ganado que hay en aquellos apriscos, cerca de quinientas reses, son de su propiedad. Mi amo, al igual que el de todos los pastores que aquí veis, vive en Quintanilla de Santisteban, no lejos de aquí y que pese a ser de noche puede divisarse desde lo alto donde se encuentra la torre.

DON QUIJOTE.- Compláceme mucho oír el nombre del célebre obispo Pedro de Osma. Grande ha sido su sabiduría que como teólogo dio a conocer en la Universidad de Salamanca. Alguna obra suya he leído, y si la memoria no me falla versa sobre comentarios, sermones, tratados y confesiones (5). Más aún, diría que algunas de sus obras fueron enviadas a la hoguera, como hicieron con mis libros de caballería.

PASTOR.-  Pláceme saber que vuestra merced es caballero docto, pues cierto es todo cuanto dice sobre el ilustre Pedro de Osma.

DON QUIJOTE.-  A la zaga andáis vos, por lo que os oigo decir. Mas si sois tan ilustrado es posible que conozcáis esas historias de encantamientos que según contáis ocurren con cierta frecuencia por estos parajes.

PASTOR.- Doy fe que cualquiera de nosotros puede recitarlas de memoria, pues  todos en el contorno, adultos y zagales, conocen la historia de la mora Zoraida. (Se oye el canto del búho)

DON QUIJOTE.- Deseando estoy de oírla, pues sabido es que cualquier caballero andante que se precie serlo no puede ignorar tan grandes aventuras.

PASTOR.- Vaya, pues, mi versión. Según se cuenta, donde ahora nos encontramos vivió hace siglos un infanzón de los que hacían la guerra y con ella conseguía grandes fortunas.  Llamábase Bermudo de Valdecastilla, quien de regreso de una batalla contra los moros se trajo a una cautiva, de nombre Zoraida. Al parecer se trataba de una mora cuya hermosura era sin igual al de cualquier otra mujer pues sus ojos relumbraban más que los rayos del sol y su cuerpo suscitaba tanta admiración que despertaba pasiones.

DON QUIJOTE.- Tengo a bien responderos a semejante afirmación que no hay mujer más fermosa en todo el orbe que la sin par Dulcinea del Toboso. Ninguna otra puede superarla. 

PASTOR.-  Quédese con su certeza, pero como decía, la tal Zoraida enseguida encendió los celos en la mujer de Bermudo de Valdecastilla, pues sospechaba que aquella mora le había robado el corazón a su marido hasta el punto de convertirla en su amante. Todos en La Torrecilla conocían el romance que les unía y todos sabían que tarde o temprano ocurriría la desgracia. Al cabo de cierto tiempo el tal Bermudo tuvo que partir con su hueste a sofocar una insurrección y a la vuelta se encontró con que Zoraida había desaparecido. Culpó a su mujer de lo ocurrido, la cual juró y perjuró que un atardecer salió de casa para buscar el agua como solía hacer y no regresó. El marido no la creyó y la amenazó con matarla si no le contaba la verdad. Dispuesto a llevar a cabo sus amenazas, la mujer confesó su macabra acción. Una noche mientras dormía le asestó un fuerte golpe en la cabeza privándola del sentido. Metió el cuerpo en una talega, la ató con una soga y la arrastró hasta la laguna que ahí está. Una vez en ella metió una piedra en la saca y la echó al agua. Bermudo no pudo contener el dolor y la rabia. No tuvo valor para asesinar a su mujer, así que preparó un brebaje que le hizo beber por la fuerza cayendo muerta al instante.

DON QUIJOTE.-  Una historia conmovedora la que acabáis de narrar. Es de suponer que ese tal Bermudo entregaría la vida por su amada como yo lo haría por mi sin par Dulcinea del Toboso si me viese en semejante trance.

PASTOR.- Nunca pudo superar el dolor por tan gran pérdida. Tan grande fue su pesar que cada noche se acercaba hasta la laguna a velar su ausencia. Como si de un poseso se tratara, se pasaba los ratos hablándola, esperando a que saliera del agua y se fundiera en un abrazo eterno. Y cuentan que algo de ello hubo porque  la reencarnación de la mora Zoraida, o su espíritu, surgía de entre las aguas y corría a fundirse con su amado que caía en sus brazos desbocándose la pasión. Cegado por el entusiasmo, estuvo  visitando la laguna durante muchas noches hasta que un día nadie supo qué fue de Bermudo de Valdecastilla.

SANCHO.-  Estoy por asegurar que ese conde, o lo que fuera, se cansó de holgar con el espíritu de la morita y se fue a la guerra a buscar otra de más consustancia y ya no volvió por estos parajes.

DON QUIJOTE.- ¡Calla, Sancho, no seas simple! Las pasiones amorosas no pueden caer en el olvido aunque uno de los amantes se encuentre en lo divino y el otro en lo terrenal. Cuando la pasión es ciega el amor no tiene límites.

PASTOR.-  Algo de razón pudiera tener su escudero, pues sepa vuestra merced que según se cuenta, testigos han habido de la aparición de la mora Zoraida gimiendo entre los cañaverales de las aguas suspirando por su amado.

DON QUIJOTE.- Si estáis en lo cierto de cuanto decís, sabed que si la dicha me acompaña, mañana podréis ser testigo de que lo dicho es cierto porque esta noche voy a velar ante esa laguna por si la aventura me acompaña.

PASTORA.- Ándese con cuidado, señor caballero, es peligroso que un hombre ande solo por estos parajes porque pudiera ocurrirle una gran desdicha. Las brujas que por aquí se aparecen andan al acecho sin miramientos ni contemplaciones.

DON QUIJOTE.- ¡Agradecido os quedo, dama del pastoreo! Mas presiento que conocéis muy poco las aventuras de los caballeros andantes. Sabed que os encontráis ante el mayor enemigo de los tiranos, de las causas injustas y de cuantos peligros acechan a los hombres y a las damas de buena voluntad.

 

 

NARRADOR. El grupo de pastores no perdió detalle de los mohines y gesticulaciones que don Quijote iba haciendo en cada ademán e insinuación a los que acompañaba con la espada. Metido en su papel de defensor de las damas y de los más débiles, su voz fue elevándose a medida que la jocosidad y la mofa de los presentes se ensañaron con sus desafíos. Viendo que el juicio de aquel orate no tenía fin, decidieron prepararle una treta que diera al traste su dilatada carrera de andante y aventurero. Y nada mejor para ello que un encuentro insospechado en la laguna, donde aquella noche pensaba hacer guardia para comprobar cuanto de cierto había en las apariciones y de paso comparar la belleza de la mora Zoraida con la hermosura de su Dulcinea.

Se despidieron los pastores de don Quijote y de Sancho deseándoles que pasaran una noche plácida y haciéndoles saber que si necesitaban de su auxilio podían encontrarles contiguo adonde ellos se hallaban.

Quedó solo don Quijote elucubrando con hacer de aquella noche uno de sus mayores episodios al tiempo que Sancho se había abandonado al placer del sueño que con tanta presteza acudía a él cuando el cuajo lo tenía a rebosar. 

A duras penas pudo conciliar el sueño don Quijote, en tanto que su escudero rompía el silencio con tremendos ronquidos que desazonaban el pensamiento a su amo y señor. La fragilidad que acompañaba los sueños del ilustre caballero hacía que se pasara noches enteras en vela. Y aquélla estaba llamada a ser otra de las tantas que su lucidez mental le dejara en vela. (Ronquidos) Musitaba una y otra vez la narración que los pastores habían contado aquella noche. Por su mente pasaban mil imágenes buscándole algún sentido al encantamiento del lugar. Meditaba en voz alta dirigiéndose al yelmo que mantenía entre sus manos. (Voz de fondo) A medida que su mente calenturienta subía de tono, se iba armando de valor, preparándose para la batalla que no sin tardar iba a librar, pues tal era el estado de excitación en que se encontraba que le parecía imposible no tener que enfrentarse con los maléficos espíritus que le rondaban por la cabeza.

En tales disertaciones se hallaba cuando le pareció escuchar ruidos sospechosos que le incitaron a ponerse en guardia y acercarse a la puerta por ver si conseguía descubrir su procedencia. (Algún ruido) Permaneció quedo durante unos instantes pero nada pareció desvelar su curiosidad puesto que las sospechas se apagaban por momentos y regresaba adentro con sus alucinaciones. Volvía a sentarse reposándose en la pared y entre los sornidos (6) (ronquidos) de su escudero y los validos de las ovejas (validos) no acertaba a discernir con claridad si sus sospechas eran o no fundadas.

La impaciencia se arremolinó en su pensamiento de tal manera que decidió salir al exterior con la firme decisión de averiguar el motivo de su ensimismamiento. La noche se mostraba cándida y pletórica y la nitidez de la luna dejaba vislumbrar un espacio abierto por el que pasear la vista sin temor a la oscuridad. (De nuevo el canto del búho) Así lo entendió don Quijote cuando le pareció percibir en el ambiente unas voces suaves y entrecortadas que por momentos se tornaban susurros y gemidos quejumbrosos. (Susurros) Había acertado de pleno. Algo le inducía a pensar que todo lo imaginado estaba a punto de hacerse realidad.  

 

DON QUIJOTE.- ¡Oh musa de las aguas! Presto serás testigo de una gran aventura como corresponde a un caballero de alta alcurnia como yo. Algo me dice que su desenlace va a tener lugar de un momento a otro, pues oigo la llamada de la necesidad que requiere mi ayuda para acudir en tu auxilio.

 

NARRADOR. No le dio más tiempo a la decisión tomada porque se incrementaron los sonidos que envolvían su mente. Cruzó raudo la puerta y preparó los arreos a Rocinante que permanecía descansando al lado del rucio. Le costó incorporarse a pesar de los impulsos que su amo daba a las bridas. Una vez estuvo preparada la montura, don Quijote subió a lomos de su rocín y sin apurarlo se dirigió hacia el lugar de donde provenían los gemidos. (Se escuchan cascos) Le costó localizar su procedencia porque tan pronto le parecía que salían de las tainas como de los alrededores de la laguna. Algo le hizo presagiar unas horas antes, cuando se dirigió hacia ella para dar de beber a su caballo, al percibir en sus mansas aguas la presencia de gorgoritos en círculos concéntricos. Conocía don Quijote por haberlo leído en el Libro de los indicios, que esta forma de mostrarse las aguas era una señal inequívoca de que en el fondo se escondía alguna seña sospechosa que la hacía bullir de aquella manera. A medida que se acercaba a la laguna fue escuchando con mayor nitidez quejidos que como salidos de las entrañas del silencio se ahogan en las aguas. (Se oyen lamentos) Espoleó a Rocinante  (trotes) y al momento quedó expectante. Arbustos, cañaverales y matojos de su entorno tapaban la visibilidad y ello le obligaba a interpretar los susurros sin verificar su procedencia.

Sucedió que cuando parecía tener localizado el punto de donde salían los convulsos susurros iba hacia allí y de inmediato se tornaban a escuchar sobre sus espaldas. Giraba el cabestro de su rocín y lo hacía trotar (trotes de caballería) hasta presentarse en el lugar, pero nada encontraba. ¿Acaso era una alucinación la suya? ¿Acaso era el encantamiento que venía presintiendo? Enfurecido por la mofa a la que estaba siendo sometido, elevó la voz para dejarse oír.

 

DON QUIJOTE.- ¡Salid de vuestro escondrijo quienquiera que seáis! ¡Dejaos ver antes de que las entrañas de este sufridor queden desgarradas!

 

NARRADOR. De nuevo volvían los susurros. (Susurros) Como el halcón que vigila a su presa, quedó captando el punto de donde salían. Esta vez lejos de arrear a Rocinante giró el cuerpo y puso especial atención en averiguarlo. En el extremo opuesto a donde se encontraba se oyeron gemidos que despertaron su curiosidad. (Susurros lejanos) Hizo avanzar despacio a su caballo y se acercó sigilosamente hasta allí. Cesaron por unos instantes pero enseguida volvieron a escucharse (Susurros), ahora con mayor nitidez.

 

MUSA.- ¡Amado mío! Siempre os tengo en el pensamiento. Vos sois el amor eterno que siempre soñé. A vos me entrego en cuerpo y alma, porque vuestra soy y enteramente os pertenezco. ¡Tomadme, tomadme y placed en duelo de pasión!

 

NARRADOR. Era la señal inequívoca que estaba esperando para lanzarse a complacer los deseos de su amada. Al oír la llamada desesperada no pudo permanecer por más tiempo impasible. Tomó aliento y dando un suspiro se dejó oír en el eco de la noche el sentir profundo de su corazón que latía con intensidad. Quedaron sus ojos ofuscados y de sus labios brotaron palabras que ahogaron sus sentimientos.

 

DON QUIJOTE.- ¡Oh, señora de la fermosura, vigor de mi debilitado corazón! Tu imagen nunca quedará borrada de mis pensamientos, mi amada Dulcinea del Toboso. Donde tú mores allí estaré yo para complacerte. Porque no hay dama más fermosa que vos que no precise de un caballero para protegerla. En mí encontraréis al paladín que os defienda de cuantos peligros os acechen. Sepáis, mi primorosa Dulcinea, que este cautivo caballero queda postrado a tus pies para ofreceros cuanto una dama como vos debe merecer. ¡Oh, señora de mis anhelos, cuán tiempo he deseado este momento! Corre a los brazos de tu venturoso amado y no dejes de corresponderle sus deseos.

 

NARRADOR. Viendo que no aparecieran indicios de quien tanto suspiraba por su presencia, don Quijote hizo caminar a su caballo y apresurose a llegar adonde emanaban las palabras. Nada encontró. Buscó entre los arbustos, espinos y majuelos los más, pero todo vestigio quedó esfumado.

 

 

 

VolverContinuar