QUINTANILLA DE TRES BARRIOS

Por Quintanilla, como queda dicho, han pasado herreros de todo tipo de pelaje, malos y muy buenos. Se tiene constancia de los que hicieron su profesión u oficio en la fragua. En 1817 lo fue Juan Puebla, en 1839 lo sería Juan Yunquera y en 1852 otro de la familia, Ramón Yunquera, cuya saga siguió con su tío Fernando Yunquera.

Transcribimos el contrato firmado entre Ramón Yunquera y el Ayuntamiento.

Escritura del herrero. Año 1851-52

"En Quintanilla de Tres Barrios, a veintinueve días del mes de setiembre de mil ochocientos cincuenta y uno. Reunidos el Ayuntamiento en su casa Consistorial Rafael Aguilera, el Alcalde, Manuel y Valentín García, Regidores, y Bernabé Romero, Síndico, en unión de todos los vecinos acordaron contratar y ajustar herrero para gobierno de los labradores de este pueblo. Y hallándose presente Ramón Yunquera, soltero, dijo:

Que por esta hora se obliga a desempeñar y servir dicho oficio por tiempo y espacio de un año que da principio en este día de la fecha, y concluye en igual día del año venidero de 1852, bajo estos pactos de condiciones:

1º. Que ha de componer las rejas a todos los vecinos labradores de este pueblo, por cuyo trabajo se le ha de dar de salario ocho celemines de trigo por cada yunta, el que tenga media yunta pagará cuatro celemines; y los que no tengan yunta y tengan sembrado sea poco o mucho pagarán al citado herrero dos celemines de trigo, cuyo salario cobrará en las eras. Y por este motivo ha de dar al vecindario dos cántaras de vino.

2º. Que la fragua estará abierta para la compostura de las rejas en los días, martes, jueves y sábados, pues los lunes, miércoles y viernes se lo prometen y conceden para ir a Alcubilla, como anejo.

3º. Que ha de poner y arreglar la piedra o piedras necesarias para afilar las herramientas todo el año y para ayuda de su coste se le ha de dar por el Ayuntamiento y vecindario una media de trigo de la que se coja en el Piojal en el citado año.

4º Que por las herramientas se ha de abonar por los demás lo siguiente: Por hacer un hacho nuevo, cuatro reales; por echarles acero, doce cuartos; y por hierro y acero, dos reales; lo mismo se entiende los hachos que los azadones. Por rebocar los hachos y los azadones, cuatro cuartos. Por hacer una azada nueva, sea de ganchos o de boca cerrada, ocho reales. De echar capillo a cualquier azada siendo cubierta, seis reales. Por echar a las azadas media luna y ganchos, tres reales, y echando media luna sólo, doce cuartos. Por hacer un ojo nuevo y pegarle, veinte cuartos, y si se despega, por volverle a pegar, un real. Por echar braguero a las azadas y pegar el ojo, dos reales. Por calzar un azadón de bocar llegando la calzadera hasta el ojo, dos reales y medio. Por hacer una azuela nueva, dos reales. Por echarles hierro y acero, un real, y si sólo acero, seis cuartos. Por hacer una reja nueva, dos reales. Por hacer un par de belortas, seis cuartos; y de calzar una reja, dos cuartos. Por sacar punta a los clavos, por cada libra, cuatro cuartos. Por cada arcos que haga nuevo siendo de cubetos hasta treinta cántaras de cavidad, dos reales; por los de ambos, hasta sesenta cántaras, veintiocho cuartos. Desde sesenta hasta ciento, treinta cuartos. Y de ciento en adelante, treinta y dos cuartos. Cuyos arcos los ha de dejar corrientes y si se rompieren antes de quedar en el edificio, es de cuenta del herrero la compostura sin más retribuciones. Por cada arco que tenga que cortar o alargar se le pagará un real.

5º. Que ha de pagar las contribuciones por los bienes que tenga y demás repartimientos vecinales. Y de robla ha de dar dos cántaras de vino.

6º. Últimamente es condición que cualquier vecino que eche alzar o vinar ha de pagar por entero. En la inteligencia que se haga de alguna compostura de herramienta de otra clase, no lo hiciese como requiere el arte, es de su cuenta el buscar maestro que lo ejercite y al efecto se constituyó su tío Fernando Yunquera, herrero de San Esteban.

Bajo cuyos pactos y condiciones se confirmaron y obligaron, así el herrero como el vecindario sometiéndose a los tribunales necesarios para ser cumplidos. Lo firmó el Ayuntamiento en nombre del vecindario con los interesados en dicho pueblo.

Rafael Aguilera, Manuel García, Bernabé Romero, Valentín García.

Testigo: Manuel Molinero.

 

       Escritura de herrero, año 1839 (A.M.)

Se conocen algunos contratos más que nos informan de las condiciones alcanzadas por ambas partes para dar servicio a la población. En general no suele haber diferencias notables en los puntos tratados, pero sí pequeñas variaciones en los conceptos. En el año 1839 se firmó un contrato con Juan Yunquera por ocho años y en él se hacía constar que “ha de vivir en el pueblo y que podrá hacer su faena en otros anejos tres días por semana,… que la casa en la que viva ha de pagar él mismo la renta,… y que por su trabajo se le ha de dar ocho celemines de trigo por cada yunta”. Se especifica lo que cobra por hacer utensilios o por arreglarlos. En general los contratos suelen ser similares tanto en el cobro a percibir como por prestar servicios al vecindario o por el resto de aperos o utensilios realizados. 

De algún herrero, como el tío Cabrera, no se guarda buen recuerdo, parece ser que trabajaba sin apenas conocimientos y no prestaba un buen servicio. Hay quien le recuerda más bien por el hambre canina que pasaba que por su destreza en la Fragua. Tal era la necesidad, que se dedicaba a desollar los machos muertos para comérselos. 

Del último herrero habido en Quintanilla se tiene un gran concepto: Gregorio Santos Peña, nacido en Ines y padre del popular periodista y presentador deportivo JJ Santos. Quienes le conocieron le presentan como un “gran herrero que trabajaba muy bien”. Se le daba bien todo lo que hacía y cualquier utensilio que se propusiera hacer no se le resistía. Suyas son algunas de las romanas tanto grandes como pequeñas que aún hoy se ven por el pueblo. Se debía a su trabajo y cumplía con él a la perfección. Y donde no llegaba él lo hacía ”el hermano del herrero, don Víctor Santos Peña, con residencia en la Olmeda desempeñando la misma profesión, se compromete a salir responsable de las dudas o faltas que pudiera cometer su hermano… Que la cantidad a pagar a dicho funcionario será cuarenta y siete fanegas de trigo, todo ello en especie y por año… que se le pagará en septiembre… y que se compromete a abrir la fragua todos los días laborables del año, comprometiéndose igualmente a calzar toda clase de rejas de arados y arreglo de rastros, belortas, hitas, y teleras de los mismos”.

El documento está firmado en fecha siete de mayo de mil novecientos cincuenta, aunque entraría en vigor el día uno de noviembre, siendo alcalde Luis García Gañán.

Al inicio de los años 60 la Fragua dejó de funcionar. A Gregorio Santos no le sustituyó ningún otro herrero porque el campo comenzó a sufrir un paulatino proceso de mecanización que fue relegando poco a poco los aperos de labranza utilizados hasta entonces. La finalidad para la que fue creada la tradicional Fragua tenía sus días contados. El taller fue tomando auge a medida que la maquinaria agrícola se fue imponiendo en el paisaje agrario. En la actualidad, la Fragua es un recuerdo ligado a un modo de vida y a un sistema de producción que tuvo su protagonismo en una época de estrechos horizontes.

 

Otros oficios

 

Barbero

 

 A la antigua usanza

 

Antiguamente este oficio era bastante solicitado por la gente del pueblo puesto que el género masculino pasaba cotidianamente por el cuarto de la barbería. Hombres, mozos o chicos acudían a solicitar los servicios del barbero para cortarse el pelo o rasurarse la barba esencialmente, porque en aquellos tiempos pocos acudía para que le arreglase la barba, el bigote o la perilla. Era impensable que a alguno de los recios campesinos le diera por esos adornos en la cara. Si se dejaban la barba o el bigote era para que brotara a su libre albedrío, pero nada de retoques. Lo de barbero y no peluquero era por el mayor número de afeitados que de cortes de pelo practicados. Es de imaginar que el barbero poseería unos conocimientos y hechuras básicos para afrontar el negocio y hacer un servicio convincente a su feligresía. Que no por ello, más de cuatro cortadas en la cara o por el gargavero se podrían evitar, o al menos tales anécdotas cuentan quienes fueron testigos de su entrega. En tal caso, lo normal era pegar la lengua a un papel de librillo, colocarlo sobre el desliz, y todo solucionado.

Pero al barbero hay que agradecerle que en los tiempos en que la cuchilla y la navaja no estaban al alcance de la mano, los hombres cambiaran de aspecto, o sea de cara, con los retoques dados, aunque a veces algún trasquilón se hiciese notar en el cogote y era cuando la gente le soltaba aquello de “el burro mal esquilado, a los cuatro días igualado”.

Es de suponer que el barbero del pueblo no dedicaría el día entero al negocio sino que lo compaginaría con el del campo, aunque sólo fuera sembrar lo indispensable para poder tirar adelante. No podemos asegurarlo pero creemos que en el caso del barbero no había las denominadas “igualas”, lo cual suponía que se pagaba en dinero contante y sonante, a no ser que entre ambos fuera apalabrado el trueque. Que se sepa, en el pueblo el barbero sólo se dedicaba a cortar barba o pelo y nada más, pero en este oficio antiguamente practicaban otras muchas cirugías menores, como extraer muelas y dientes, sajar, echar sanguijuelas, sangrar, poner ventosas, y algunas prácticas más.

La última barbería que se conoce en el pueblo estaba en el local que el Ayuntamiento tiene en lo que actualmente es la Peña El Coyote. Aquí, barberos conocidos como el Reinillo, que también regentaría la tienda, y el último de los barberos el tío Domingo Gómez, más conocido como “el Dominguillo” –quizá por su estatura-, ambos hijos del pueblo hacían sus trabajos. En ocasiones tenían que afeitar y hasta preparar a los difuntos para el velatorio. No era infrecuente que se tuvieran que desplazar a la casa de algún vecino porque las circunstancias no le permitirían pasarse por la barbería. El local de la barbería, como sigue siéndolo actualmente, era el cotilleo de los hombres donde se contaban anécdotas y algún que otro secreto.

Afeitar exigía llevar a cabo varias operaciones, empezando por hacer el jabón en la bacía de porcelana o de estaño y mojar y jabonar  la cara que, aunque sería algo que debieran llevar a cabo los aprendices, si no los había era el barbero el que se encargaba de todo el proceso para continuar con el afeitado, tomando la navaja con la mano derecha con el dedo puesto entre el extremo inferior de la hoja y el mango y haciendo permanecer la piel tersa estirando con los dedos pulgar e índice de la mano izquierda,  para terminar con el repaso y posterior lavado de la cara con agua limpia y su enjuague con un paño o toalla. No disponía de muchos instrumentos para este trabajo, además de la bacía, las navajas, el jabón, tijeras y peines. Y una silla o taburete donde sentarse. Por lo general la gente del pueblo pasaba por la barbería cada semana o diez días para rasurarse, o sea con barba bien pronunciada. El pelo… cuando se dejaba notar bien la melena. En la barbería, el tío Domingo preguntaba ¿Cómo lo quieres, alto, bajo o regular? Por lo general la opción era siempre, o casi, bajo para que durase más el corte. Vamos, que se viese la cabeza rapadita.

 

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