QUINTANILLA DE TRES BARRIOS

La Virgen de cera quemada

Acontecen casos enigmáticos abonados en el capítulo de juicios criticables sin basarse en la realidad de los hechos. A algunos sucesos se les suele dar interpretaciones verídicas a su libre albedrío sin conocer la causa básica. La rumorología interpretativa está llena de argumentos en los que se juzga a determinadas personas de haber actuado de una manera deliberada dando pie a sucesos imprevisibles. Este tipo de acontecimientos tuvo su filón en el papel desempeñado por la brujería, ampliamente difundido pero con especial predilección en pueblos con un protagonismo estelar. Quizá ningún pueblo del orbe soriano escape a estas premoniciones. Es posible que todos hayamos oído hablar de sucesos inverosímiles ocurridos en nuestros pueblos, encabezado por Barahona. No vamos a tratar aquí de hechos acaecidos por quienes saciaron su venganza en sus propios convecinos, sino en quien actuando sin maldad alguna se le atribuye una correlación atrevida.

Lo que se narra a continuación es la creencia de castigo divino, o leyenda circunstancial por considerar que la desgracia se cebó en la  protagonista de la historia por haber cometido un acto contra la divinidad. Cuando ocurrió la supuesta ofensa sus protagonistas apenas eran unas niñas que para nada intuían que por semejante juego podría dar lugar a un fatal desenlace. O por tal motivo se les atribuyó. 

Cuando era un mozalbete acudía en las noches invernales a pasar un rato con mis vecinos familiares Inés y Feliciano, hermanos ellos. Siempre dije que fueron mis maestros del cotilleo, pues me enseñaron el oscurantismo de muchas historias acaecidas en el pueblo. De toda índole y condición. Entre el variopinto repertorio que llegué a recoger recuerdo uno que hablaba de la desdicha de un matrimonio por causa de…

Inés y Rosalía (en el pueblo todos la llamábamos Rosalina) eran dos hermanas que como tantas otras niñas de su edad se vieron en la obligación de ayudar a sus padres en lo que buenamente podían para poder sacar adelante la hacienda familiar, toda aportación tenía su precio. Apenas eran unas crías cuando tuvieron que ocuparse de llevar a pastar al campo unas cuantas ovejas que disponían sus padres. Eran la fiel imagen de las pastorcillas de Fátima, Lucía y Jacinta, que para más parangón compartirían el trabajo quizá por el mismo tiempo, allá por el año 1917. Incluso la historia también tiene como protagonista a la Virgen, sólo que por motivos totalmente diferentes. Mientras las ovejas pastaban sin demasiada guía, las dos hermanitas se entretenían jugando, cogiendo florecillas, que en ocasiones acabarían siendo pasto de las reses, o haciendo alguna cosa que no estaban seguras de su aceptación. En fin, en apariencia una vida un tanto bucólica o idílica en contacto con la naturaleza que se había apoderado de sus juegos preferidos y de la compañía de las amigas. Jugaban con lo que buenamente podían o encontraban por el campo, ni siquiera las muñecas de trapo estaban a su alcance.

Un día en que pastaban con su ganado por los aledaños de la ermita de la fuente, la de Nuestra Señora de la Piedra,  se entretuvieron en recoger la cera de las velas que se hallaba esparcida junto a la pared de la misma. Una cosa más con la que entretenerse a falta de mejor opción que les llamara más la atención, pensarían. Empezaron a mezclar y moldear la cera, a hacer formas y dar moldura a lo que ellas creían ser seres, animales o cualquier otro objeto que se les antojaba viviente. Pero ya que estaban en la puerta de la ermita, ¿por qué no hacer la imagen de la Virgen de la Piedra? ”Anda, qué buena idea has tenido, Rosalía”, le diría seguramente su hermana Inés con aparente satisfacción.”Haremos una Virgen bien bonita, ya verás”, sería la contestación. Y se pusieron manos a la obra calentando la cera al calor de sus manos y los rayos del sol, haciendo la cabeza, el cuerpo, las piernas, los brazos… Y cuando tuvieron todo disponible unieron las partes para crear su obra de arte. Una virgen que poco tenía que ver con la semejanza de la de la Piedra. Pero como tal tomaron el modelo.

Se mostraron satisfechas con el trabajo realizado, pero no les resultó tan sencillo unir las partes de ninguna de las maneras, pues cuando no se desprendía la mano, era la cabeza, y cuando no la pierna, de tal modo que el primer contento por el éxito se convertiría en inmediata decepción. No les acabó de gustar el resultado final, así que en vista del escaso logro se dieron por vencidas. Sería Rosalía quien decidiera volver a deshacer la supuesta figura de la Virgen y la mejor manera sería hacerla desaparecer, quemarla. Inés no supo responderla, pero su hermana mayor ya había tomado la decisión y guardado la destartalada figura de cera para cuando estuvieran en casa echarla al fuego. 

Pasaron los años y ambas hermanas fueron tomadas en matrimonio. El casamiento de Inés aportó cinco hijos que se criarían sanos o al menos sin contratiempos de salud. Por su parte Rosalía pariría diez hijos que nunca llegaron a sobrevivir sin saber a ciencia cierta cuál podía ser la causa o el motivo por el que nacían muertos o morían al cabo de poco tiempo. Un castigo divino, creyó. Pero, ¿a causa de qué? ¿Qué había hecho ella para merecer semejante castigo? Acudía a los actos religiosos con la misma fe y devoción que el resto de los vecinos. ¿Por qué tanta desdicha? Es posible que a Rosalía le asaltara la duda de la acción cometida años atrás por quemar la imagen de cera de la supuesta Virgen de la Piedra a medida que el número de abortos fue en aumento. No era el suyo un caso exclusivo, otros muchos matrimonios también perdían algunnoa hijos, ¡pero tantos!

No tardó en rumorearse por el pueblo que ello fuera debido al castigo impuesto por haber quemado la Virgen de cera, y por ello fueron tantos los hijos perdidos, como pudieran haber sido cincuenta de haberlos engendrado. Aquél vientre estaba maldecido por semejante idolatría cometida, sin ningún diagnóstico médico que pudiera corroborarlo, por la inexistencia de su detección en aquellos tiempos. ¿Lo fue por obra divina? Rosalía intuyó que ésta sería la consecuencia de su mala acción y así lo daría a conocer a la gente del pueblo. Corrió como la pólvora y dieron por hecho que la desdicha se cebó en el matrimonio por semejante fechoría. ¿Por qué no le ocurrió lo mismo a Inés, si las dos habían sido partícipes? Por la resolución tomada. Quien quiso que la Virgen se fuera a las llamas fue Rosalía y sobre ella recayó el castigo. Así rezaba en el veredicto de la mente de Rosalía y por supuesto de tal modo lo concibieron las gentes del pueblo.  

Las condiciones de salud y de vida que por entonces se cebaban en las personas eran muy frágiles. Morían tanto en vida como en los partos muchas criaturas por simples trastornos, enfermedades infecciosas, malnutrición o síntomas diversos. El caso de matrimonios con hijos muertos en el mismo parto o postparto era bastante habitual en los matrimonios del pueblo. En muchos casos las muertes se reiteraban de tal manera que muchas madres podían perder dos, tres, cuatro, cinco y hasta más hijos, como el caso de Rosalía. Pero achacarlo a determinadas causas que no fueran por la naturaleza gestacional, como el castigo divino o el mal de ojo, era atribuir sin fundamento la evidencia, lo desconocido y la naturaleza humana.

Entra dentro de lo probable que el motivo fuera muy diferente al de la creencia popular. Científicamente muchos de estos casos en que los niños nacían muertos o a los pocos días, era debido al factor riesgo de incompatibilidades en la sangre de ambos cónyuges (Rh positivo o negativo). Cuando una mujer Rh negativo y un hombre Rh positivo conciben un hijo, existe la posibilidad de que el bebé tenga problemas de salud porque los anticuerpos Rh que se generan durante los embarazos pueden ser peligrosos para la madre y el bebé. La enfermedad Rh puede derivar en una anemia aguda, ictericia, daño cerebral y paro cardíaco en el recién nacido. En casos extremos, cuando la cantidad de glóbulos rojos eliminados es muy alta, puede causar la muerte del feto. Causas que por aquellos años la medicina desconocía por completo en el medio rural. Y bien pudiera ser que los casos de tantos abortos o muerte postparto, confirmados y certificados por el médico don Román que asistía a las familias en Quintanilla de Tres Barrios fueran debidos a esta causa.

Los bulos surgidos en los pueblos suelen abonarse fácilmente a emitir juicios sin basarse en la realidad de los hechos. A determinados sucesos se les suele dar interpretaciones al libre albedrío de quienes propagan como verídico lo que no tiene fundamento básico por ignorar las circunstancias que lo ocasionan. La rumorología interpretativa está llena de argumentos en los que se juzga a ciertas personas de haber actuado de una manera deliberada lo que da pie a sucesos imprevisibles. Este tipo de acontecimientos tuvo su filón en el papel desempeñado por la brujería, ampliamente difundido por doquier pero con especial predilección por los pueblos en los que tuvieron un protagonismo estelar. No vamos a tratar aquí hechos acaecidos por quienes saciaron su venganza en sus propios convecinos, sino en quien actuando sin ninguna maldad se le atribuye algún castigo divino.

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El hombre que se le apareció a la extraviada

La protección de determinados santos hacia los animales o personas acarreó una devoción generalizada por parte de las gentes de los pueblos, de modo especial. A ellos se les pedían súplicas, se les encendían velas y en algunos casos se les invocaba la pertinente oración en su nombre. Había santos a los que se les tenía una religiosidad exclusiva por el carisma, la creencia y la convicción de que su poder influía poderosamente en el devenir de los acontecimientos. Entre estos santos con más apego y veneración, quizá san Isidro labrador y san Antonio Abad hayan sido quienes más adeptos han captado por su condición de protectores del campo y de los animales. Mundo agrario y ganadero amparado bajo su tutela.

No están exentas de leyendas de apariciones o actos protagonizados por ángeles que suplantaron la personalidad de la figura en cuestión y realizaron hechos inenarrables. En la batalla del Vado de Cascajal, acaecida en San Esteban de Gormaz, el caballero Fernán Antolínez (para la leyenda Pascual Vivas) yendo en la mañana de Pascua a incorporarse a las huestes del conde de Castilla, García Fernández, oyó tocar a misa en el templo de Nuestra Señora del Rivero y acudió presto a ella. ”Según la Crónica General y el Romancero, mientras Fernán Antolínez permaneció en el tempo del Rivero, asistiendo a la misa y pidiendo a Nuestra Señora su protección, un mensajero divino, un ángel del cielo tomó la forma del piadoso caballero y esgrimiendo sus brillantes armas derribó al jefe de los infieles…” (Extraído de la web Condado de Castilla. Leyenda del Vado de Cascajar). Heroicamente derrotó a todo un ejército que le desbordaba en soldados. Leyenda calcada a la de san Isidro labrador, sólo que aquí cambia la espada por el arado. En ambos casos, apariciones.  

De aparición trata el siguiente relato, queda la duda inquietante de si fue una aparición protectora o casual, aunque en este caso no se tratara de un animal el extraviado sino de una persona. Una mujer sola en el campo, totalmente desorientada, se vio sorprendida por la penumbra de la noche, o de la niebla que tiñó el atardecer, tras haber errado el camino que la había de llevar al pueblo. La tía Faustina volvía a casa cuando empezaron a caer las tinieblas. Cuál no sería su sorpresa al percatarse de que se hallaba totalmente desconcertada y sin rumbo fijo. Ignoraba cómo podía haber errado en un camino tantas veces transitado en el pueblo y no daba crédito a lo que le estaba sucediendo. Bien era cierto que por los parajes por los que transitaba estaban llenos de chaparros, como ocurría en gran parte del término. Nunca le había pasado algo semejante… Se le representó un paisaje irreconocible en la oscuridad sin saber dónde se hallaba, si en el término del pueblo o en otro colindante. A medida que pasaba el tiempo los nervios le atenazaban aún más en el intento de recordar el camino en el que se encontraba y el que debía tomar para encaminarse al punto de destino. Pero por más que lo intentaba no era capaz de precisarlo y cada vez se desviaba más y más de su objetivo de llegar al pueblo. Desolada como se hallaba no sabía qué determinación tomar, en el eco de la noche todo era silencio sólo roto por el cántico de algún ave.

Es de suponer que le daría vueltas a la imaginación y optaría de nuevo por intentar recordar el camino, aunque le sulfuraban los nervios y no atinaba a encontrarlo. Se dio por vencida. No se veía con ganas de volver a intentarlo, estaba alterada y se le hacía un laberinto orientarse para encontrar la salida. Al final le vino a la mente recitar la petición a san Antonio Abad, protector de los descarriados, que por el pueblo todos se la sabían al dedillo y decía así:

En Abad naciste, en Lisboa te criaste y en el púlpito de Nuestro Señor Jesucristo predicó y predicaste. El libro se te perdió y el Niño de Dios lo halló, tres voces te dio: Antón, Antón, Antón. La cara volviste,  tres cosas le pediste y las tres te las concedió: lo perdido hallado, lo lejos encontrado y lo muerto resucitado. Por eso te pido, Antón, que me concedas lo que te pido. San Antonio se levantó, su santísima cara, pies y manos se lavó. Por el monte partió, con nuestro Señor Jesucristo se encontró y le dijo: ¿Adónde vas Antón? Con Usted iré, Señor. No vendrás conmigo que os quedaréis por el monte guardando el ganado perdido. Lo recogerás, y rezarás en favor de la Virgen María  un Padrenuestro y un Ave María. Amén.  

Por si daba resultado optó por encaminarse de nuevo a fin de conseguir el camino directo, hasta que en la oscuridad le dio la sensación de que vislumbraba una silueta humana. Se le debió erizar la piel, le dio un chasquido el corazón, tuvo miedo, pero ¿de qué?, pensaría, si ya estaba perdida. Caminó con precisión y cierto temor hacía donde se hallaba aquella silueta y al llegar junto a él éste le preguntó por las circunstancias en que se hallaba allí y adónde se dirigía. Faustina le contestó que se había perdido. Apenas pudo ver sus facciones. Quien le hablaba era un hombre de figura esbelta con unas barbas prominentes, cubierto con una capa o gabán que le llegaba casi hasta los pies y se hacía acompañar de un cayado. El hombre no se movió y con voz grave le dijo que no tuviera temor. Al oírle, a Faustina le entró un escalofrío pero se serenó. De inmediato le dijo lo qué le había sucedido y que iba camino de su pueblo, que se llamaba Quintanilla. El señor le dijo que le siguiera, que la pondría en el camino y sin desviarse de él llegaría a su destino. Que no tuviera miedo, que ninguna sospecha se apoderara de ella porque nada le iba a ocurrir en la oscuridad. Faustina, alterada como estaba, le agradeció su asistencia sin preguntarle quién era y qué hacía por aquellos parajes en semejante circunstancias.  

Caminó con premura, con ansia, con decisión porque ahora sí veía claro el camino errado. Cuando tanteó a lo lejos dónde se encontraría el pueblo respiró aliviada y dio gracias a Dios, ¡a Dios!, pero no apartó de la mente el mensaje que había enviado a san Antonio Abad. ¿San Antonio Abad? ¿Acaso no podría haber sido la persona aparecida ante ella? ¿Quién sino podría ser aquella persona que circunstancialmente andaba por aquellos parajes de manera incierta y a una hora como aquélla sin ninguna apariencia de realizar ningún trabajo? No le cabía la menor duda, aquel hombre no podía ser otro que san Antón, que había acudido a su llamada. El santo al que tantas veces se le invocaba cuando un animal se descarriaba. ¿O quizá se tratara de una persona de algún pueblo de alrededor de camino a casa? No lo tenía claro, pero fuera quien fuera aquel hombre de rostro enjuto y largas barbas le había dejado con la duda inquietante.

A medida que se aproximaba al pueblo vio la luz destellante de lo que sería algún farol o tea, pero no llegó a escuchar apenas voces ni griterío de gente ni perros. Que suponía sería así, que la estarían buscando, pero ella no lograba captar que pronunciaran su nombre a unos cuantos cientos de metros como se hallaba. Y no lo captaba porque los oídos los tenía bastante atrofiados por eso la llamaban “la sorda, Faustina, la sorda”. Suponía que ante su tardanza, la gente del pueblo habría salido a buscarla por el campo. Fue ella quién les dio la voz de que estaba en el camino, aunque supuso que el griterío no dejara oír su voz. Al llegar ante los congregados todo fueron sosiegos y emociones por parte de la gente. Preguntas sobre lo ocurrido y respuestas apenas sin precisar porque no atinaba a contar lo sucedido para verse en semejante trance. La penumbra de la noche y la neblina habían contribuido a desvariar sus pasos y no poder acertar el camino. Pero lo que realmente dejó sumidos en el pensamiento a los presentes fue el encuentro que había tenido con la persona que le indicó el camino de regreso al pueblo. Las indicaciones y el aspecto que presentaba indujeron a la gente a pensar si aquel hombre fuese realmente un caminante que por casualidad transitaba a aquellas horas de la noche por aquel paraje o se trataba de una aparición crucial atraída por la oración de la propia Faustina para orientarla en su extravío.

De lo que no pudo sustraerse el pueblo fue de la noticia acontecida y de la nebulosa que envolvió durante algún tiempo el encuentro entre ambos. La posibilidad de la aparición de san Antonio Abad, san Antón, se mantuvo durante décadas en la memoria de las gentes.

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La caja que cayó del cielo

Es vox pópuli que cuando una persona se ahorca algo impredecible puede acontecer. Las entrañas de la naturaleza se desgarran y rompen en un estallido de tensión desbordante provocando una tormenta descomunal. Tal era la creencia o afirmación por parte de las gentes del pueblo por haber sido testigos de este desastre cada vez que acontecía un desgraciado suceso de semejante magnitud.

Uno de estos sucesos dio como resultado la muerte por ahorcamiento de una mujer (no se precisa la identidad) en su casa. El día había sido diáfano y a las pocas horas del suceso el cielo se tornó en brusco negror, hasta asfixiar la luz solar y dar paso a una tormenta desastrosa que arrasó toda la cosecha. El cielo se rasgó en un diluvio con tal fuerza descomunal que cayeron sapos y culebras. La desolación de la gente del pueblo fue tremenda, habían perdido la cosecha en un santiamén. De nada sirvió sacar los santos para que presenciasen tamaño espectáculo, como hacían siempre. Ante los ojos atónitos de los creyentes, la tormenta seguía con su exterminio y nada le paraba en su acción.

Nunca en anteriores ocasiones había ocurrido, pero en ésta algo misterioso cayó del cielo en forma de una cajita que alguien divisó entre el torrencial diluvio de agua y granizo. Alguien que desafiando a la descarga se atrevió a salir del cobijo y corrió hacia donde había visto que caía al suelo. Costaba divisarla pero al instante vio junto a la pared de una casa deslumbrar algo fuera de lo normal y corrió hacia allí para ver de qué se trataba. La cogió e intentó abrirla pero le resultó imposible, no sabía bien si por la celeridad emprendida por las inclemencias en que se encontraba o bien porque no había manera de poder dar con el sistema de apertura. Ya en el interior de la casa volvió a intentarlo pero no supo atinar el modo ni la manera de separar ambas partes. Estaba seguro que algún secreto debía tener que él desconocía. La cajita era dorada, del mismo material con que estaba hecho el sagrario. Por eso pensó que siendo sagrado sólo algún pastor de la iglesia podría conocer su secreto.

Ello le hizo desistir en el intento y después de observarla detenidamente una y otra vez, decidieron entregarla al cura por ver si él conseguía descifrar el secreto para poder abrirla. Nunca se supo si alguien pudo conseguirlo y por tanto tampoco el contenido de la misma. El cura manifestó haberla entregado al obispo y aquí se perdió la pista. Pero durante mucho tiempo se estuvo hablando por el pueblo del misterio de la caja que cayó del cielo. Vino y quedó en el cielo, porque en la tierra, al menos en el pueblo, jamás se supo cuál pudo ser el motivo por el que la tormenta trajo entre sus “regalos” semejante tributo. La interpretación que corrió entre los corrillos de la gente del pueblo fue muy sui géneris. Cada cual apuntó a una causa el envío de aquella caja, mas el desconocimiento de su contenido impidió saber si alguien había acertado en la opinión emitida.

Lo que sí se hizo más expectante a partir de aquel envío o señal, como alguien apuntó a manifestar, fue el que las personas del pueblo estuvieran más atentas cada vez que algo parecido ocurriese en el pueblo. Pero no volvió a ocurrir más en lo sucesivo porque no trascendió la noticia de haber encontrado algún otro mensaje enviado del cielo.

 

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