QUINTANILLA DE TRES BARRIOS

Capítulo LXXV. DONDE SE DA CUENTA LA AVENTURA QUE LE SUCEDIERA AL VALEROSO DON QUIJOTE DE LA MANCHA Y A SU ESCUDERO SANCHO POR TIERRAS DE QUINTANILLA DE SANTIESTEBAN EN EL LUGAR QUE LLAMAN LA TORRECILLA DE VAL DEL POLLO

 

                                    @  Leopoldo Torre y García

 

 

 

NARRADOR. Daba la tarde sus últimos coletazos y bien que lo notaban las cansinas monturas del hidalgo don Quijote y de su escudero Sancho. Jamelgo y rucio rozaban con el morro el polvoriento camino por el que transitaban, tras dejar atrás el Val de los Huertos, en los lindes de Santisteban de Gormaz. (Se escuchan cascos pausados de caballerías).

La jornada había sido muy ajetreada y apenas habían catado bocado ni los unos ni los otros por sacarle partida al día ante el aprieto por llegar cuanto antes a algún lugar donde descansar y arreglar las riendas de Rocinante.

 

Apenas se adentraron en tierras de Quintanilla de Santiesteban, la que se dice hoy Quintanilla de Tres Barrios, avistaron a un cuarto de legua una explanada sobre la que se elevaba un cerro y sobre él una pequeña torre vigía. A su falda lo que parecían ser unos caseríos. Al acercarse al lugar se apreciaba que tales casas no eran más que unas cuantas tainas para recoger el ganado. Estaban en lo cierto, en el ambiente sereno de la tarde se dejaba oír el tintineo de los cencerros.

 

DON QUIJOTE.-  Escucha, Sancho, ¿acaso no oyes la música orquestal salida tras esos cerros? En buena hora hemos llegado a este lugar encantado porque seremos recibidos como invitados de postín en la fiesta que se celebra.

SANCHO.-  Mire vuestra merced lo que dice,  mi señor don Quijote, que paréceme que lo que a usted le suena a música orquestal para mi magín no son más que las zumbas (1) y las esquilas (2) de algún rebaño de ovejas que pace por estos parajes.

DON QUIJOTE-. ¿Qué zumba ni qué zambomba? No hay cosa más ciega que la ignorancia para no saber diferenciar la dulzura de unos sones de los ruidos de unos cencerros. Se nota que no tienes lustre para el aprecio de la buena melodía. Escucha con atención y presto me darás la razón, porque no tardarás en convencerte de mi certeza.

SANCHO-. ¡Quédese con sus alucinaciones! Pero tengo a bien decirle que por muy cerril que se le antojen mis conocimientos melódicos, yo sigo en mis trece, no sin quitarle la razón de lo bien adiestradas que están las ovejas y de lo acompasados que dan los toques los cencerros cuando rumian. 

DON QUIJOTE.- ¡Calla, Sancho, no seas majadero ni te me subas a las barbas o te extraigo los sesos para orearlos! Está visto que tienes bastante atrofiados los sentidos, porque cualquiera de tu condición notaría la diferencia.

SANCHO.- Sepa vuestra merced que yo soy romo en estos aprecios y no alcanzo a tales significancias, de las que usted me saca legua y media. Sea o no de tal guisa, como yo no he estudiado el Quisquis Visquis como usted lo estudió, lo que a mí se me antojan churras a usted  pueden parecerle merinas. Pero tenga por seguro que cuando llegue el momento sabré hacer un buen gobierno de la ínsula Barataria que me tiene prometida.

 

NARRADOR. En estas pláticas andaban señor y escudero cuando oyeron los ladridos de unos perros que al percatarse de su presencia corrieron desaforados a su encuentro. (Se oyen ladridos)  De no haber sido por los silbidos de sus dueños (silbidos) les hubieran plantado cara a las tristes figuras que avanzaban cansinas por el camino como dos almas desfallecidas. Y a fe que ante las circunstancias en que se hallaban les hubieran presentado batalla a tenor de la fiereza con que se ensañaban con ellos, impidiendo apenas dar un paso a Rocinante. De nada sirvió la amenaza de la lanza de don Quijote que esgrimió con rapidez para embestir al empeño de aquel par de fieras envalentonadas. Muy al contrario, ello estimuló el azuzamiento. (Ladridos más acelerados)

Cuando los pastores estuvieron ante ellos, don Quijote quiso saber si aquellos perros estaban adiestrados para cuidar del ganado o más bien eran lobos amaestrados que renegaban de los desconocidos.

 

PASTOR.- Bien mirado, buen caballero, lo mismo sirven para lo uno que para lo otro, cuidan de las ovejas y de nosotros, pues mucho es el peligro que por aquí acecha.

 

NARRADOR. Quien así hablaba era un hombre de aspecto desaliñado, achaparrado de físico y extremadamente enjuto, ojos profundos, de mirada huidiza y nariz aguileña. Su semblante tampoco le dejaba mejor servido que su físico, pues denotaba una sensación de melancolía que le fluía del alma. Le acompañaba un zagal que era la viva estampa de su progenitor.

 

DON QUIJOTE.-  Habláis como si éste fuera un lugar maldito, buen pastor.

PASTOR.- En lo cierto está, señor caballero. Sepa que por aquí corre el peligro entre cada matojo. Cuando cae la noche, transitar por estos parajes todos los ojos puestos son pocos.

DON QUIJOTE.-  ¿Y a qué se debe tan gran temor, si puede razonarse?

PASTOR.-  Por estos parajes abundan alimañas de malas pulgas que no se andan con contemplaciones cuando se les presenta la ocasión. Y por si ello no fuera suficiente suelen darse ciertos peligros que… entiéndame, que no es cosa de ir aireando que se dan casos de apariciones de brujas.

 

NARRADOR. Causole cierta sensación a don Quijote el comentario del pastor, pero no pudo dejar de esbozar una sonrisa que éste captó como de sorna o de incredulidad. 

DON QUIJOTE.- Mucho mundo llevamos recorrido mi escudero Sancho y yo, y muchos han sido los peligros y las aventuras con las que nos hemos topado. Y de todas hemos dado buena cuenta. ¿Cierto es, amigo Sancho?

 

NARRADOR.- Sancho Panza asintió con un mohín de cabeza, impaciente de tanta habladuría y poca sustancia. La gana le tenía fatigada el habla y sólo deseaba ver aunque fuera un coscurro de pan duro, que ya se lo remojaría con el vino del barril. 

 

PASTOR.- El camino por el que transitan no es otro que el de las brujas. Casos se han dado desde que yo tengo uso de razón y otros más que se han venido contando. Más les valdrá que vayan con cuidado si no quieren verse comprometidos. Advertidos quedan para que luego no se anden con lamentos.

DON QUIJOTE.- Parecéis conocer bien sus andanzas y fechorías, como si vos mismo hubierais sido víctima de sus desafíos.

PASTOR.-  Y bien puedo afirmarlo, señor caballero andante. Cierta noche me vi envuelto en un compromiso ante su presencia. Volvía a casa a altas horas después de haber estado segando y se presentaron ante mí con la intención de sacarme los higadillos. Enseguida eché mano de las hoces, me coloqué una en cada mano y se las aposté (3) a que si venían a por mí les cortaba el gaznate. Al principio no se lo tomaron en serio pero cuando vieron que me fui hacia ellas con la sangre envenenada, retrocedieron y se fueron ronzullando (4) por aquel portillo que allá se ve.

DON QUIJOTE.- Creedme si os digo, buen hombre, que yo tengo batallas ganadas a brujas y a hechiceros. Mi escudero Sancho puede dar certeza de mis andanzas. Pero ya que vos aseguráis que esta noche puede ser propicia para su aparición me mantendré en guardia y estaré muy altivo de rebajarles los humos si se tercia la ocasión. Decidme, señor pastor, ¿aquel torreón que allí se ve y aquella aldea que cuelga a sus faldas, pueden ser un lugar idóneo para pasar la noche?

 

NARRADOR. Pastor y zagal disimularon en lo posible para evitar una sonora carcajada visto el espejismo de don Quijote. Enseguida se dieron cuenta que el personaje que tenían ante si era un excéntrico caballero de pega y pacotilla que no se encontraba en su sano juicio. Tan sólo con verle las hechuras les bastaba para comprender que se trataba de un pelele aventurero que tenía poco de oficio y menos de beneficio.

 

PASTOR.- Así es, señor caballero andante. Es una pequeña pero encantadora aldehuela en la que podrán acomodarse para pasar la noche.

DON QUIJOTE.- ¡Lo ves, amigo Sancho, cómo te he dicho que aquel lugar se me hacía que tenía mucho de encantamiento!             

SANCHO.- Mire usted, mi señor don Quijote, que paréceme a mí que aquello que se divisa no es posada digna para descansar como merece un caballero de su alcurnia, sino ciertas tainas de recogimiento para el ganado. Y sepa vuestra merced que el que no está acostumbrado a bragas las costuras le hacen llagas.

DON QUIJOTE.- ¡Calla, Sancho! No digas necedades ni sandeces, ni me vengas de nuevo con tus monsergas refraneras. Mucho mundo llevamos recorrido y muchas han sido las ocasiones en que hemos tenido que acomodarnos a lo que las circunstancias nos han permitido. Sepas que la aventura se produce  donde menos te lo esperas. Y algo me dice que esta noche puedo agrandar mis hazañas si, como espero, tengo a bien cruzar mi espada con esas maléficas brujas. Pero antes de buscar acomodo habrá que darles de beber y de comer a estas desfallecidas bestias.

 

NARRADOR. Les indicó el pastor adónde podían hacerlo y aunque la noche empezaba a extender su oscuridad, si apresuraban el paso enseguida llegarían a un pequeño vergel que rodeaba a una vasta extensión de agua no lejos de donde se hallaban.

 

PASTOR.- Junto a la aldea verán una laguna, que aquí llamamos de Val del pollo, donde saciar la sed y el hambre de sus monturas, que por su aspecto no tardarán en desfallecer. Vigilen bien porque esa laguna está llena de apariciones y encantamientos.  

DON QUIJOTE.- Por lo que decís, todo este lugar está realmente encantado. ¿Y qué nombre recibe la aldea, si no es molestia preguntarle?

PASTOR.- La Torrecilla, lugar de mucha historia que a buen seguro oirán contar con pelos y señales si deciden pasar la noche entre nosotros.

DON QUIJOTE.- Deseando estoy que llegue el momento. Entretanto adelantemos el paso, Sancho, y satisfagamos la hambruna de estos animales.  (Se vuelven a oír los cascos pausados de las monturas)

 

NARRADOR. Cuando la luna iluminaba la noche con todo su esplendor, media docena de pastores hacían compañía a don Quijote y a Sancho. A pleno raso, sentados en corro alrededor de una luminaria, daban rienda suelta al apetito, que en el caso de don Quijote y de su escudero se acentuaba más por haber pasado el día prácticamente en ayunas. A Sancho se le veía disfrutar dándole tientos a la colodra y sacándole buena partida al tocino y a la cecina de oveja con que les agasajaron los pastores. Viéndoles comer a boca llena diéronse cuenta de las muchas penurias y necesidades que padecían aquel par de aventureros de pacotilla. Don Quijote les había puesto al corriente de la aventura que perseguían y los pastores le felicitaron por tan importante misión. Para sus adentros pensaron que no era más que un loco empecinado en conseguir imposibles. Un par de trotamundos en busca de cierta fama vagando sin tino ni destino.

 

DON QUIJOTE.- ¿Y decís que estas tierras tienen conseguidas grandes batallas?  

PASTOR.- Cierto es, caballero andante. Sepa vuestra merced que por aquí se libraron grandes luchas entre moros y cristianos y que el mismo Cid Campeador pasó por ahí mismo cuando el rey Alfonso le echó de Castilla. Por ahí transcurre una calzada muy transitada que viene de muy lejos, de tiempos de los antiguos romanos, y que de siempre ha sido utilizada por gentes procedentes de otros lugares que siguen la ruta para dirigirse a su destino. Donde ahora nos encontramos fue en tiempos no muy lejanos un poblado habitado por gentes que hacían la guerra y vivían de ella y de las heredades que les eran concedidas.

DON QUIJOTE.- Veo que conocéis bien la historia de vuestro lugar y cuanto aconteció en tiempos pasados.

 

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