QUINTANILLA DE TRES BARRIOS

Salve a María Santísima en súplica de lluvia     

 

                          Salve Virgen Pura / de la Piedra Madre

                         riéganos los campos / que hay necesidades.

                         Salve te saludan / el hombre y el ángel

                         el cielo y la tierra / los ríos y mares.

                         El agua os pedimos / ahora en este trance

                         que sin ellos todos / pereceremos, Madre.

                         Los niños suspiran / las gentes dan ayes

                         y los pobres lloran / desventuras tales.

                         Agua, Señora, agua, / nuestro efecto alcance

                         despidan las nubes / copiosos raudales.

                         Piadosa Señora / la falta que hace

                         el agua a los campos / para remediarles.

                         Cándida Paloma / no nos desampares

                         oye los lamentos / de estos miserables.

                         Mirad, Madre nuestra, / a vuestros amantes

                         que lloran por agua / a gritos constantes.                     

                         Si el pecado es causa / de todos los males       

                         la virtud nos libre / de tantos pesares.

                         Clamad por nosotros / Reina, Virgen, Madre,

                         que en copiosas lluvias / el cielo se rasgue.

                         Remedia los campos / Señora, regadles

                         con agua del cielo / que falta les hace.

                         Rogad a vuestro Hijo, / Santísima Madre,

                         nos envíe el agua / ahora en este trance.

                         Todo el pueblo llora, / pequeños y grandes,

                         por lograr el agua / de tu Hijo inefable.

                         Los campos se secan / Soberana Madre,

                         los pobres son muchos / remedia sus males.

                         Ea, Madre Nuestra, / cesen los pesares

                         llueva el cielo, llueva  / baje el agua, baje.

                         Pobres de nosotros / cuando el pan nos falte,

                         moriremos todos / al rigor del hambre.

                         Los ríos se secan, / las plantas se caen,

                         las fuentes no corren, / las hierbas no nacen.

                         ¡Oh Clemencia! ¡Oh Pía! / ¡Oh Cándida Ave!

                         ¡Oh Reina del Cielo!, / tu Piedad nos salve.

                         Para que en la gloria / podamos cantarte.

                         Virgen de la Piedra / SALVE, SALVE, SALVE.

 

 

 

Rogativas

 

La primera fase del programa había concluido. La suerte del resultado suponía la iniciación o no de las Rogativas. El logro satisfactorio, traducido en lluvia, implicaba el fin de la exposición. El objetivo se había cumplido, el milagro había hecho su aparición. Si por el contrario la sequía seguía pululando por el ambiente se organizaban las Rogativas.

Para quienes habían puesto en escena las Novenas, su participación en las Rogativas era la mera repetición de la apertura y de la clausura de aquéllas. La celebración debía tener lugar primeramente en la cabecera de la comarca, San Esteban de Gormaz. Ante un resultado negativo, pasada la cuarentena novenaria, se pondría en práctica la última de las tentativas, corriendo a cargo, en esta ocasión, de la cabecera de la diócesis, El Burgo de Osma.

Si en el espacio de tiempo en que se acordaba la fecha y se ponía en práctica llovía, igualmente debía ofrecerse por el resultado obtenido. Pero no siempre la suerte sonreía y el rito tomaba nuevos derroteros, cambiando simplemente la estampa, el decorado, no el contenido ni el significado. En esta reunión la participación popular era masiva, por el número de pueblos que entraban en liza.

La inmemorable procesión que partía de Quintanilla de Tres Barrios por los caminos a través de los campos, iba encabezada por el pendón parroquial, la Santa Cruz y el estandarte de la Cofradía. Al inicio de la marcha, despedida por el tañido de las campanas, se rezaba una letanía, a cuyo final y durante la larga etapa que separaba a ambos pueblos hasta llegar al encuentro, no tenía lugar ningún acontecimiento digno de reseñar.

En las inmediaciones de la población de San Esteban de Gormaz, una comitiva, encabezada por un sacerdote, salía a recibir a las distintas corporaciones municipales, acompañándoles hasta el lugar de recepción, la iglesia del Convento. Acaecía primeramente la celebración de la Santa Misa. Acto seguido se procedía a la solemne procesión novenaria en honor del Santo Cristo de la Buena Dicha. El recorrido, un tanto pintoresco, discurría por parajes próximos a la población, pasando incluso el río Duero y volviéndolo a cruzar por el puente móvil construido exclusivamente para este acto, dirigiéndose posteriormente a la iglesia del Rivero. Acto seguido regresaban al Convento, dando por finalizado el itinerario. En la sesión de la tarde se asistía de nuevo a la concelebración, exponiéndose el programa de canciones de cada una de las representaciones presentes, y donde la Salve era invocada en honor de la Virgen de la Piedra. Este hecho, ceñido en principio a una realización puramente formal, olvidaba en ocasiones sus cánones convirtiéndose en una especie de narcisismo particular de la imagen venerada, aunque entendido como exaltación de sus valores espirituales, anímicos y morales.

La concentración se disolvía a la caída de la tarde con el regreso de cada una de las corporaciones a sus lugares de origen. Con la misma precisión que en el encuentro de la mañana, en la partida eran acompañados y despedidos por la misma comitiva que les había recibido. El regreso resultaba un tanto monótono, excepto en las inmediaciones del pueblo, cuando al son del repique de las campanas se volvían a elevar las insignias, hasta entonces recogidas, y a rezarse la letanía, que concluía a la entrada de la iglesia, donde se daba por finalizado el acto.

Idéntica función tenía lugar el noveno día. La única diferencia había que verla en la vestimenta de las insignias y en las canciones en función del resultado obtenido. Ropas y canciones con tonalidades más alegres si la lluvia había hecho acto de presencia, y más oscuras y sentimentales si no había llovido.

Influenciada directamente por el evento, la súplica podía darse por finalizada en este momento. En caso contrario era El Burgo de Osma el que tenía el turno y la oportunidad de conseguir el anhelado deseo. El mayor realce y consideración de la manifestación venía dado como consecuencia de la multitud de pueblos congregados y la masiva participación, pues se extendía a nivel de Obispado. Se trataba de otra repetición con las mismas características que en el caso de San Esteban de Gormaz. El cordial recibimiento de la comunidad daba lugar a una posterior congregación de todas las corporaciones en la catedral. Seguidamente, en solemne procesión en honor a la Virgen del Espino, la comitiva se dirigía al encuentro de la representación del pueblo de Barcebal como muestra de cariño y parentesco existente entre ambas divinidades. Y se cantaba:

 

                     Virgen Santa del Espino / también la de Barcebal

                     como sois las dos hermanas / os venís a visitar.

 

De regreso a la catedral se llevaban a cabo actos idénticos a los reseñados. La ceremonia de la Santa Misa daba paso a unas horas de descanso, aprovechadas para comprar y comer. El encuentro de la tarde se reducía al glosario de canciones en honor de las diferentes divinidades representativas de las comunidades participantes. La despedida gozaba igualmente de acompañamiento de una representación de la diócesis. El resto de la jornada no tenía otro tinte diferente que no haya sido reseñado. Los actos se ajustaban a lo descrito para el caso de San Esteban de Gormaz. La repetición de la ceremonia del último día de acción de gracias poseía todos los efectos que el proceso llevaba implícito.

Tanta fe, a veces para un nulo resultado, daba lugar a una resignación interior. En una de estas ocasiones, de vuelta de El Burgo de Osma sin haber conseguido que lloviera, uno de los participantes que llevaba el Santo Cristo tuvo la ocurrencia de meterlo en un pilón de agua para refrescarle la “memoria” y de paso les mandase la lluvia tan necesitada. Lluvia no les envió pero sí una tremenda tormenta de piedra que arrasó los campos. Por siempre quedó grabado este suceso en la memoria de las gentes de Quintanilla de Tres Barrios.

Como epitafio final, resaltar la constante vehemencia reflejada en el continuismo credencial de estos tiempos de fe. El hecho espiritual doblegaba lo material de cualquier otro acontecimiento por trascendental que éste pudiera parecer.

      

 

 

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