QUINTANILLA DE TRES BARRIOS

Flora y fauna

 

El almendro, árbol que prolifera en el término

 

Un extenso territorio como el término de Quintanilla no deja de ser un acaparador de variedades de plantas y animales que se recrean en su espacio. A ello ha contribuido el contraste del paisaje que facilita la adaptación al medio. Y en este medio o hábitat han surcado por sus tierras muchas especies de flora y fauna que hoy no dejan de ser un reducto de lo que fueron en épocas pasadas. Campaban a sus anchas sin menos problemas que los que les acechan en la actualidad, porque ni la caza ni los productos químicos utilizados en la agricultura tenían presencia o nula incidencia en el caso de estos últimos. Debido a ello muchas especies han desaparecido del mapa del pueblo y sólo los testimonios orales nos hablan de aquellas aves cuyos nombres nos resultan desconocidos. Hay que decir que Quintanilla no tiene ni flora ni fauna autóctonas, al menos que se sepa.

La diversidad de flora y fauna depende de la capa vegetal, de la topografía del terreno, o de la existencia de acuíferos. El término del pueblo tuvo estos condicionantes para estabilizar una naturaleza apta en la que acoger una gran cantidad de especies. En la actualidad, los acuíferos han desaparecido por completo, pero hay que recordar que el pueblo disponía de una considerable laguna de Valdelpollo, un pequeño microcosmo donde venían a proveerse muchos animales y anidar algunas aves. El término municipal se caracteriza por tener un alto grado de distribución vegetal (terreno diversificado, laguna, monte, viñedo, etc.) aunque la mayoría de las especies han ido desapareciendo por la falta de hábitat adecuado y por la acción determinante del hombre.   

 

Flora

Dice nuestro paisano José Luis Benito Alonso que “la flora de un territorio es el conjunto de especies vegetales que habitan dicha zona. A su vez, las plantas no aparecen de una forma aleatoria si no que se agrupan por afinidad ecológica formando comunidades vegetales, y así hay plantas características de los diferentes tipos de pinares, hayedos, melojares, pastos, etc. Las comunidades vegetales encajan a modo de un gran mosaico, dando lugar al paisaje vegetal constituido por formaciones diversas como bosques, dehesas, riberas, pastos, prados de dalle, parameras, cultivos, eriales, etc.”

En nuestro pueblo tenemos un poco de todo, como en botica. Tenemos flora agrícola o cultivada, flora de maleza o de malas yerbas, flora en comunidad, como el monte o el pinar, flora de pastos… Especies vegetales que surgen en el terreno dándole pinceladas verdosas al fondo ocre. Especialmente de chaparro, y roble que es de lo que más nutrido está el término, porque aparte del monte se hallan esparcidos en grupúsculos territorialmente por la zona este y aunque en mucha menor cantidad que antiguamente aún hoy se sigue abasteciendo la gente del pueblo para calentar la casa. El monte es muy dado a variadas especies que no sabemos distinguir, pero las gayubas, o bayugas, como las llamamos por aquí, sí se reconocen por doquier. Al monte le acompaña el pino que puebla los dos pinares, y el enebro y el jabino, en menor medida. Madera dura la suya donde la haya. También destaca por la cantidad arbórea el chopo, que puebla las riberas de los arroyos de la Estacada y del Torderón, y de las varias choperas que aún subsisten. Otros árboles que se mantienen en pie son el olmo, al que la grafiosis le dejó temblando y le cuesta lo suyo reponerse, y el sauce, o salce, como lo conocemos por aquí, y las mimbreras, bien aprovechadas porque de ellas se extraían los mimbres para hacer cestería. 

 

 

Diferentes especies de flora que pueden verse en el paisaje

 

La zarza es otro ejemplar que se puede encontrar por doquier con sus escaramujos rojos que le dan color al paisaje otoñal. La otra zarza, la de las moras, es más solicitada. Lo mismo que el endrino, que cuando le da por echar fruto le hace la contra al escaramujo o al majuelo y se aprovecha el fruto, como las moras. El espino que también aporta lo suyo al paisaje con sus maravillosas flores blancas y su fruto rojo, y el majuelo que encandila la vista. Si estos arbustos dan fruta y color, hay otros que dan un aroma profundo. El tomillo está muy presente en nuestros campos, que además es medicinal y va bien para frenar los constipados; el cantueso le sigue a la zaga, aunque en menor cantidad; la estepa, muy solicitada en el pasado porque junto a la aliaga se utilizaban para encender la lumbre, en especial la del horno de cocer; y el biércol (no miércoles) están bien representados y también ponen su olorosidad; y puestos a hablar de plantas aromáticas no podemos olvidarnos de la manzanilla.

Si hablamos de árboles hemos de referirnos indudablemente a los frutales como el nogal, el almendro, el manzano, el ciruelo, el guindal… y por supuesto el rey del fruto en el pueblo, que es el viñedo. Algunos años atrás, la densidad de viñedo superaba en muchas fanegas de terreno a las que hoy pueden verse. El cereal cultivado sigue siendo el principal motor de la agricultura. Los campos de trigo, cebada, centeno, avena siguen predominando, aunque con especial predilección  los dos primeros. Aquí el ababol y sus amapolas forman verdaderos cuadros paisajísticos. Ahora se ha incorporado el girasol que le da un toque al paisaje como cuadros de Van Gogh. La alfalfa y la mielga, primas hermanas, también se dejan ver. Y muchísimas más especies de todo tipo de hierbas que pueblan el campo y que no alcanzamos todavía bien a reconocer sus verdaderos nombres, pero que estamos dispuestos a contárselos más adelante.

En los contados humedales, tras la desaparición de muchos de ellos, como la laguna y las muchas fuentes que antiguamente había en el término, se aprecia una vegetación diferenciada, las mimbreras, como ya hemos dicho, los juncales, las espadañas, y sus famosas pelusas, y muchas yerbas que pueblan sus alrededores. Pero antes de cerrar este capítulo, no queremos despedirnos sin mencionar a dos entrañables florecillas: la amapola y la quitameriendas, esta última de cosecha propia. Era la que salía en la era una vez barrida y limpia para la próxima trilla.

  

Fauna

 

  

El erizo, animal en extinción

  

Comencemos por clasificar los tipos de animales que en el pasado poblaron el espacio del término aunque en la actualidad hayan disminuido notablemente su presencia. Para ello haremos una relación de todos aquellos que en su día fueron testimonio del panorama con su presencia pero que determinados factores han acabado con su representación. Pretendemos contabilizar los que la memoria nos permite, con la seguridad de que algunos nombres se nos quedarán olvidados. Haremos una relación de todos ellos ateniéndonos a la especie o tipo de animal, inclusive aquellos domésticos que tuvieron un especial protagonismo.

En el campo pueden encontrarse, sin demasiadas limitaciones, jabalíes, zorros, corzos o cabras montesas. Las áreas boscosas de monte contribuyen a su adaptación y a su hábitat. En un terreno árido y seco como el nuestro campan todavía a sus anchas liebres y conejos, aunque cada vez van escaseando, especialmente las primeras. Lo mismo ocurre con especies que seguramente siguen vigentes pero que no se nota tanto su presencia, es el caso del lirón o la comadreja. No se han descastado en absoluto el ratón o el topo, dueños y señores del subsuelo. Ya no es fácil verlo pero antaño el gato montés solía ser un invitado, que como otros muchos de su especie no gustaba nada su aparición. Las alimañas iban en contra de los intereses de la gente del pueblo. De mayor confianza resultaba el tasugo, o tejón y el erizo porque aunque a veces hicieran algún estropicio,  contribuían a eliminar pequeños bichos que dañaban las cosechas.  En la zona del pinar no se ve con suma facilidad pero la ardilla reina entre sus ramas.

Las aves son un amplio abanico de especies, de las que muchas han padecido el impacto de los pesticidas y han tenido que emigrar a zonas más seguras o han acabado con su existencia. Surcando los aires podemos divisar aún la grácil figura del alcotán, que con su ojo avizor lo ve todo desde las alturas. Y desde arriba se lanza a por cualquier bicho viviente, ya sea ave o roedor, lo mismo le da la pluma que el pelo. El ratón o el lirón son piezas apetecibles. De semejante proceder es el águila perdicera que igualmente irrumpe por los parajes. Y si de predadores hablamos desde las alturas, no nos hemos de olvidar del quebrantahuesos o abanto, que no pierde detalle cuando alguna res muerta se divisa en el campo. Muerta o viva, si se encuentra sola o poco acompañada. Y no le importa meterse hasta la cocina para lograr su objetivo. Al abanto, los chicos del pueblo intentábamos cazarlo colocando un trozo de carne a un potente anzuelo. A veces lo conseguíamos, otras teníamos que salir por patas. Otra de las aves majestuosas que surcaba y anidaba (hablamos en pasado porque en la actualidad apenas se la ve) era la cigüeña, que por san Blas (3 de febrero) había la costumbre en el pueblo de que quien la viese primero el Ayuntamiento le entregaba una cuartilla de vino. En las noches aún se puede oír y ver al mochuelo, o carabú, como también era conocido; antiguamente también se veía a la gallina ciega, una especie ya desaparecida que por lo general se solía contemplar durante la noche, sin saber a ciencia cierta el nombre ciertífico del ave. El carmón era otro nombre de pájaro con denominación propia del pueblo hasta tal extremo de que no sabemos cuál es su verdadero nombre. La carderera, cuya identidad es cadernera, es un pájaro semejante a los colorines o jilgueros y que anda metido siempre entre cardos. Tampoco podemos olvidarnos del petirrojo que por aquí le dábamos uno de nuestros nombres peculiares, ni, por supuesto, del ruiseñor. El popular tordo aún pervive y no es fácil que pueda descastarse, otro tanto de lo mismo ocurre con su semejante que era la torda de campo, nombre con que se le conoce por aquí al mirlo común. Una de nuestras aves más familiar es la picaraza, que está presente por doquier, y otro que tampoco suele faltar por ningún lado es el grajo; a buscar los huevos de una y de otro íbamos especialmente los chicos para llevarlos al Ayuntamiento, que nos pagaba por ellos, como explicaremos a continuación. La grajilla, que se dejaba oír por doquier, solía anidar dentro de la Atalaya, hasta donde trepábamos para coger los aguiluchos. A las grullas sólo las veíamos pasar, allá a principios del otoño, en su emigrar cuando cambiaba el tiempo.

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