QUINTANILLA DE TRES BARRIOS

La desaparición del pueblo de Torderón

  

“Cuenta la leyenda que la desaparición del pueblo de…”. Así comienzan muchas historias que tienen como trasfondo la desaparición de pueblos por motivos causales, enigmáticos o por simples supersticiones que se han trasmitido de boca en boca y de generación en generación para hacerse eco de un acaecimiento que diera al traste con su continuidad. Semejante narrativa no es exclusiva del designio de los pueblos sino que abarca otras creencias envolventes de recelo o realidad que da pie a narrativas o leyendas sensacionalistas. 

Mapa de Francisco Coello donde aparece el Despoblado de Torderón (junto a Quintanilla)

 

Torderón fue un pueblo ubicado en las inmediaciones del término en la zona este de Quintanilla de Tres Barrios, colindante a la mojonera de Valdegrulla y Osma, a cuyo término de este último perteneció. Sin apenas vestigios de su asentamiento en la actualidad, se conoce el punto de su ubicación próximo a la carretera que va de Osma a Berzosa, no lejos de la dehesa de Valdegrulla ni del manantial que da origen y nombre al río o arroyo del Torderón, que atraviesa el término de Quintanilla de este a oeste hasta desembocar en el Duero aguas abajo en San Esteban de Gormaz. Una cruz de piedra se erige en el lugar como señal identificativa. Cruz que en siglos pasados se levantaba para indicar al caminante el espacio donde se hallaba, ya fuera un pueblo, un cruce de caminos o una ermita, signo que también se utilizaba para la oración.

A tenor de de los datos encontrados, consta lo siguiente: “Torderón, despoblado. En el término de El Burgo de Osma, 5.100 m al NO, a la izquierda y lindando en el camino de Osma a Berzosa, en la orilla izquierda del río Torderón, 200 m antes de que éste flexione su curso hacia el SO; en el lugar existió una iglesia; hoy queda en el mismo una cruz. Mapa 1/50.000, hoja 377: latitud 41º 36´ 5”, longitud 0º 34´ 15”. (Gonzalo Martínez Díaz. Las Comunidades de Villa y Tierra de la Extremadura Castellana. Madrid, 1983, pág. 91) 

La noticia más remota conocida de su existencia procede del Censo de Pecheros Carlos I, en la que aparece con el nombre original de Tordeheron, en cuyos datos censales del año 1528 no recoge el número de vecinos que lo componían. Ello nos hubiera dado una idea concisa de su masa poblacional. Ocurre lo mismo con otros dos despoblados limítrofes, Valdegrulla y la Horcajada. (Censo de Pecheros Carlos I Tomo II. INE, Madrid 2008). De su existencia por esta época nos da cuenta también un artículo de Salvador Barrio Onrubia titulado: La provincia de Soria en tiempos del hijo de Cristobal Colón, concretamente del segundo de sus hijos llamado Hernando, quien basándose en el libro Descripción y Cosmografía de España hace un repaso de los nombres correspondientes a la actual provincia de Soria y lugares próximos, mencionando los nombres originales de los pueblos y su traducción al actual. 

Torderón no sería un pueblo de muchos vecinos, como la mayoría de los que por entonces jalonaban la provincia, sino una pequeña aldea formada por algunas casas y cuyas gentes trabajarían la tierra, dispondrían de alguna res lanar y es posible que también de vacuno. Su ubicación espacial se hallaría englobada en una morfología de terreno de mediana calidad, lo que supondría evitar calamidades, pues todo induce a pensar que la tierra húmeda daría cierta productividad al labrantío. Queda el hecho en suposición.

Hace bastantes décadas recogí de la vox pópuli de Quintanilla de Tres Barrios que la celebración de un evento que tuvo lugar en Torderón fue la causa de su desaparición. Según la versión oral que vino circulando, con motivo de una boda fue invitada a ella la totalidad de la población. Ello induce a pensar que no serían muchos sus habitantes o que el parentesco familiar o amigable abarcara al total de las gentes. O para más exactitud, todos menos una anciana que por motivos que nunca se llegaría a conocer el no estar entre los invitados, sería quién sin embargo dejase la caldera donde se cocinara la comida. El caso fue que la alegría se tornó en tragedia. Celebrada la ceremonia nupcial llegó el momento del convite entre parabienes y felicitaciones a novios y padres, pero más aún por el deseo de estar a la mesa que, como suele ser habitual en estos eventos, siempre se espera con ansiado deseo, mucho más en tiempos de escasez alimenticia.

No trascendió lo que se cocinó en la caldera pero sí el hecho de que los comensales empezaran a sentirse indispuestos no sin tardar tras degustar la comida y su estado empeoraría por momentos hasta que los síntomas se tradujeron en vómitos, diarreas y desvanecimientos con resultado mortal. Apenas un par de días bastaron para que la tragedia se cebase en los comensales de tal manera que fueron muriendo uno tras otro sin conocerse si hubo algún tipo de asistencia, o al menos sin que el galeno les pudiera suministrar ningún brebaje que pudiera hacerles efecto reactivo. El pueblo quedó en una tremenda desolación y a merced de una afligida anciana que no podría hacer otra cosa que avisar a la gente que acertase a pasar por el lugar de lo ocurrido para que informaran de la tragedia a las gentes de los pueblos colindantes y ayudasen en la tarea de sepultar a los muertos. Es de suponer que sus cuerpos quedarían depositados en el cementerio del pueblo. 

El motivo de la muerte no sobrevino de modo deliberado, sino por envenenamiento imprudente en toda la regla generado por la propia naturaleza de la caldera, la mala higiene o limpieza de la misma. Las calderas de cobre, como las que todavía hoy se conocen y en ocasiones se siguen utilizando, se usaban por lo general para cocer las morcillas en la matanza y en algún evento determinado, como podía ser bodas o bautizos. Algo fundamental de estas calderas es su escrupulosa limpieza antes y después de utilizarlas. Los restos que puedan quedar tras un deficiente fregado generan cardenillo verdín, una capa adherente sobre la superficie del metal que se forma mediante un proceso de corrosión de los restos que quedan provocando un óxido o sustancia venenosa de color verdoso o azulado. Limpieza o higiene que al parecer no debió efectuarse convenientemente, si se lavó, antes de preparar la comida, lo que dio lugar al desenlace mortal de los invitados a la boda, el pueblo en su práctica totalidad.

Debió quedar sola y descompuesta la pobre anciana hasta que le llegó la hora de su muerte, que supuestamente no tardaría en acontecer, o quizá se desplazase a otra población cercana. Nadie de los pueblos colindantes, Osma, Valdegrulla o Quintanilla mostraron ningún interés en repoblar el espacio vacío de Torderón, por lo cuya causa su despoblación fue inminente y los bienes de los muertos quizá repartidos entre sus herederos o usurpados por impíos que conocieran la tragedia. Es de imaginar que el territorio quedase a merced de un reparto entre términos colindantes. De tal guisa desaparecería la existencia del pueblo, no sin dejar huella de su nombre en el río o arroyo que nace en el lugar donde él murió. 

¿Pudo ser ésta la verdadera causa de la desaparición de Torderón o no deja de ser una simple leyenda? Semejantes acontecimientos de desapariciones de pueblos podemos encontrar entre las “crónicas” que nos han llegado con el simple cambio del motivo generado. No hay que bucear demasiado en la literatura de leyendas para encontrar casuales o fatales desenlaces y hacer coincidir la variación o el motivo ocasionado. Los envenenamientos por diferentes causas han aflorado en este tipo de relatos fabulosos. Florentino Zamora Lucas, en sus Leyendas de Soria, rescata de la Antología de leyendas de la Literatura Universal, editada por Vicente García de Diego, la desaparición del pueblo de Mortero, enclavado en las estribaciones de la sierra de Almaza a Vadillo. Así describe los hechos. “Era corto el número de sus habitantes y vivían en gran armonía. Una vez celebrábase una boda entre dos jóvenes de las familias más acomodadas, y como el contento por ambas partes era grande, quisieron que todos los vecinos asistieran a la boda. Todos, sin embargo, no podían asistir; uno al menos había de quedarse guardando el ganado del pueblo. No parecía que debía sacrificarse a un joven, que era natural disfrutase con la fiesta y el baile, –así, se pensó en una buena anciana necesitada, a la que se ofreció una paga por el servicio, que ella aceptó con gusto.

Tras la ceremonia tenían que dar un gran banquete, y para guisar la comida sacaron el agua de un pozo; más dio la fatal coincidencia de que en él vivía una salamandra acuática, y de tal modo había envenenado sus aguas, que todos los que tomaron la comida hecha con ella murieron; así, pues, perecieron todos los habitantes del pueblo de Mortero. Es decir, todos no; sobrevivió la vieja que estaba guardando el ganado, y que pasó a ser propietaria de la dehesa vecina y del ganado de todos los vecinos.

No se atrevió, como es natural, a permanecer en las casas del desventurado pueblo de Mortero, y se fue al cercano de Arévalo, a cuyos habitantes regaló la rica dehesa y el ganado”.

La leyenda de la desaparición de Torderón no sólo ha sido conocida en el pueblo de Quintanilla de Tres Barrios sino en sus aledaños. De manera especial las gentes del cercano Valdegrulla. Al respecto hay quien cree que su desaparición pudo no haber sido ésta sino causada por otro motivo. Tiempos atrás dilucidaba yo con una persona de Valdegrulla sobre la leyenda que circulaba por mi pueblo. Aunque era de su conocimiento, no tenía la misma concepción del hecho que generara su desaparición sino que más bien lo hacía coincidir con alguna contienda acaecida, motivo por la cual quedase el pueblo deshabitado, bien por arrasamiento o por la huida de su gente, algo insospechado porque siempre quedaría la opción de vuelta. A su parecer, uno de estos supuestos podría tener que ver con las guerras carlistas sin basarse en ningún dato que lo justificase. Algo sospechoso teniendo en cuenta que en el supuesto de una invasión punitiva no se tuviese constancia que los pueblos de alrededor corrieran el mismo riesgo. A no ser que las gentes de Torderón les plantasen cara, algo improbable debido a su escasa cuantía y total indefensión. No deja de ser una hipótesis aventurada pero lo que sí parece cierto es que las campanas de Torderón pasaron a lucir la espadaña de la iglesia de Valdegrulla. Que, paradojas de la vida, a su vez fueron robadas no hace demasiado tiempo tras su despoblación.

De sus restos sólo queda la cruz de piedra.

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El mandato de "la Virgen guapa"

En torno a las campanas se ha generado una literatura oral y escrita con amplio espectro que ha dado lugar a bulos, creencias o incluso milagros. De muy distinto signo, las leyendas sobre campanas  que tocaron de manera insospechada originaron todo tipo de interpretaciones creando una nebulosa enigmática de leyendas. Algunas de estas historias tienen su eco en la justificación de los hechos acontecidos y la trascendencia implícita. Historias de diversa índole cuya credibilidad queda a criterio de la aceptación como tal de los acontecimientos que lo generaron. En cualquier caso no deja de ser un hecho enigmático moldeado a su condición como lo pudiera ser el de un cantar de gesta o el de un romance de ciego. 

Entre los relatos que nos han llegado sobre este tipo de aconteceres podemos encontrar diversos motivos por los que el tañido de la campana o la leyenda en cuestión se muestran de diferentes maneras. Así podríamos hablar de aquel en que un señor montado en su moto con unas alforjas llenas de juguetes fue abordado por duendes de la noche que pretendían desvalijarle y deshacerse de él. Una campana que llevaba se puso a tocar sola y su tañido fue escuchado por dos motoristas que descansaban al calor de las brasas y decidieron acercarse para ver de dónde procedía, pues la oscuridad de la noche les impedía ver el pueblo cercano. Su llegada y el enfrentamiento a los duendes hicieron disuadirles y evitar el linchamiento del motorista.

Otro suceso a modo de leyenda ocurrió en la localidad chilena de Rere, en la que se quiso llevar las campanas hasta la ciudad de Concepción. Ocurrió que por algún misterio cuando las trasladaban en una carreta tirada por varias yuntas de bueyes, al cabo de caminar un corto espacio no hubo fuerza que lograra hacerla avanzar. Sin embargo lo más asombroso fue que cuando se decidió devolverlas a su lugar, no se necesitó más que una yunta para hacerlo.

Otra de las leyendas procede de la iglesia de San Pedro el Viejo de Madrid. Compraron una campana tan grande que no fueron capaces de subirla a la torre y la dejaron en el suelo exhaustos hasta la mañana siguiente. Cuál no sería su sorpresa cuando fueron a subirla y vieron que ya estaba colocada en el campanario, obra de los ángeles del cielo. Pero esta misma campana protagonizó dos hechos llamativos, al sonar dos veces sola. El primero sería el 13 de septiembre de 1598 para anunciar a los madrileños la muerte del rey Felipe II en el Monasterio de El Escorial. La segunda en el año 1808 cuando se produjo el levantamiento contra los franceses. Según cuentan las crónicas, en ninguna de las dos ocasiones había nadie que hiciera sonar las campanas en esta iglesia.

En la Colegiata de Santa María la Mayor de Alquézar, de la villa de esta población en el Pirineo aragonés, también existe la leyenda de que las campanas tocaron solas impulsadas por el espíritu de un abad que cumplía penitencia por haber holgado en su inconsciencia engañado por los encantos de la carne. 

En el entorno de la provincia de Soria también disponemos de algunos ecos protagonizados por las campanas. En las Rimas y leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer, podemos encontrar alguna referencia de semejante cariz.   Por boca de mi hermano Salvador recogido hace algunas décadas me contó un relato que llegó a sus oídos estando de pastor en Santa María de las Hoyas. Sin conocer en qué época sucediera, unos ladrones intentaron robar los campanillos de una ermita. Por una extraña circunstancia, misterio sin resolver, los campanillos comenzaron a tocar de manera autónoma, lo que hizo que ahuyentara a los ladrones que salieron despavoridos al no ver a nadie en el recinto. Mas lejos de desistir en el empeño volvieron de nuevo a su intento, antes bien se cercioraron de que no ocurriese lo mismo. Precavidos ellos ataron los badajos para que no sonaran y esta vez salieron triunfantes. Pero cuando apenas habían recorrido un par de cientos de metros, los campanillos volvieron a sonar en el silencio de la noche y los mulos se espantaron destartalando el carro en el que los llevaban. Ante el temor decidieron poner piernas de por medio dejando los campanillos en el lugar y dando por finalizada su aventura. 

En Quintanilla de Tres Barrios ocurrió un suceso de estas características que en cierto modo conmocionó a la gente del pueblo. En este caso las campanas no tocaron solas sino por mandato de la Virgen a una niña de tres años. Según testimonio recogido de sus protagonistas, la versión de los hechos ocurrió de la siguiente manera. Un día del mes de junio del año 1951, como era habitual durante el calendario de mayo prolongado al mes siguiente, era de obligado cumplimiento que los niños de la escuela asistieran a la iglesia a rezar el rosario. Meses de fervor religioso y tradicional que comenzaba con la pingada del Mayo al que seguía la celebración del día de la Cruz, la bendición de los campos, el día de San Isidro, el de la Atalaya y la Ascensión, el Corpus Christi y si las circunstancias lo requerían también se llevaban a cabo las Novenas y las Rogativas. Mes pletórico con ribetes místicos para dar luz y esperanza al campo, motivo por el cual la iglesia estaba más concurrida que nunca.  

Entre todo este bagaje de actos, el santo y seña era el rosario. A él acudía todo devoto que se prestase asistir para pedir por los difuntos y en especial por los campos, y como queda dicho no debían faltar los chicos de la escuela, que por aquellos años ya formaban por si solos un grupo muy nutrido en torno a la cincuentena o más de asistencias. La iglesia quedaba sumamente concurrida. Los niños pequeños permanecían al cuidado de los hermanos mayores o de las abuelas y con ellos acudían a orar.

Tal fue el caso de Marina, la hija de la tía María y del tío Pedro, que con sus tres añitos largos acudió a la iglesia acompañada de su hermana Laura, ocho años mayor que ella. Ésta tenía por entonces 12 años.

Según testimonio recogido de ambas y de algún otro presente, el hecho ocurrió un día del mes de junio cuando las gentes del pueblo se entregaban por entero a las faenas del campo. Hay que decir que Laura, como ella misma confesara, era algo despistada, olvidadiza, a la edad que contaba por entonces pues estaba más por el juego que por dedicar atención a lo que se le encargaba. La versión relatada por Marina sobre el suceso (que recuerda todo lo acaecido a pesar de su corta edad, quizá debido al impacto) fue que se quedó dormida, cobijada en un rincón en la parte delantera de los bancos de la iglesia, donde era costumbre que se colocaran las mujeres, al pie de la imagen del Cristo de la Misericordia, no lejos del altar mayor. Nadie se percató de su presencia, y cuando acabó el rosario salieron todos del recinto sin echarla en falta. Ni su propia hermana cayó en la cuenta de si había salido del con el resto de los asistentes, distraída como iba charlando. Marina quedó en un sueño profundo velada por imágenes sagradas. 

Durante el tiempo que pasó en la iglesia, Laura nunca imaginó que su hermana se encontrara dentro. En ningún momento. Incluso cuando las sospechas llegaron a la preocupación de no aparecer y “con la tormenta en ciernes, niños y gente mayor corrieron la voz de que Marina no se hallaba por ninguna parte. Se buscó por el entorno de la iglesia, la tienda y su propia casa, las tres bastante cercanas. Y de repente sonó la campana, pero nadie pensó que la niña estuviera dentro”, comenta Isidro García, un testigo que recuerda lo ocurrido. Y de repente… 

Sonó la campana, aunque no a voleo, como solía ocurrir cuando se desataba una fuerte tormenta y se sacaban las imágenes a la puerta de la iglesia o incluso las de las casas a la calle para que las divinidades viesen el sublime pedrisco desatado y se apiadasen del dolor de las gentes por el daño a las cosechas. La gente del pueblo interpretaba estos tañidos como misericordia a las divinidades para que los campos quedasen a salvo del apedreo. Y aquel momento era propicio para solicitarlo. ¡¡¡Sonaba la campana!!! Mientras sonaba, sigue narrando Marina, su padre, guarda del campo, se hallaba casualmente en casa del sacristán, por aquel entonces el tío León, que lo seguiría siendo durante décadas, dilucidando con él sobre una posible denuncia hacia un vecino. Y oyeron el tañido. Pero ¿quién tocaba?, se preguntó el tío León, si la única llave de la iglesia la tenía él y seguía colgada del hierro donde siempre la dejaba. Es de suponer que por aquellos tañidos le correría un escalofrío por el cuerpo sin saber qué era lo que estaba sucediendo. ¿Era posible que estuviera tocando la campana sola? ¿Iba a ser posible que ante la fuerte tormenta desatada algún santo o Virgen del recinto de la iglesia hubiera obrado un milagro? ¿O quizá alguien se había quedado encerrado tras el rosario y llamara para ser asistido? Era lo más probable, deduciría mientras acudía presto camino de la iglesia. ¡Tantas ocasiones hubo de preguntárselo y nunca lo hice! 

Marina sigue contándome la versión de lo ocurrido. Más de una hora estuvo sumida en el sueño profundo que le regaló aquel rosario. Cuando despertó se encontró sola en la oscuridad de la iglesia. Lloró sin consuelo al encontrarse en aquel trance. No paró de llorar y de llamar a sus padres o hermana por ver si alguien podía oír su voz y acudía en su auxilio. Junto a la iglesia se encontraba la tienda del pueblo y pensaba que podrían oírla. No fue así, aunque según la otra versión narrada se la buscaba por los aledaños. Quizá los truenos del exterior amortiguaran su tenue voz y sus lloros. De no ser así alguien podría haberla escuchado. ¡O quizá sí! De pronto le pareció que una voz le hablaba. Calló, suspiró. Oyó una voz que procedía de… del interior porque le llegó nítida y cariñosa. Una voz próxima a donde se hallaba. ¡Había alguien más en el interior!, pensó. ¿Venía del altar mayor? ¡Salía del altar mayor!, iluminado de manera intermitente por la emisión del relámpago que entraba por la ventana abocinada. ¡Una voz que le dijo que tirara de la soga de la campana! Obedeció sin tardar y se fue al fondo de la iglesia. Recuerda que no llegaba al cabo de la soga que se encontraba junto al confesionario y puso una banqueta y sobre ésta otra. Consiguió subirse a ellas y tirar de la soga haciendo sonar la campana. ¿Cuántos toques? No lo recuerda con certeza. Hacer mover el badajo de la campana no resulta tan fácil, y menos para una niña que no había cumplido los cuatro años. Lo manifiesta quien suscribe este relato por haber tenido la ocasión de hacerlo. Para comprobar el hecho, al día siguiente volvieron a la iglesia con ella para que les hablara de lo sucedido el día anterior y les dijera lo que hizo y cómo lo hizo y reconoce que esta vez le costó bastante más esfuerzo mover la campana. 

Cuando entró en la iglesia el tío León la sorpresa fue tremenda al ver junto al confesionario a una niña sola sin saber a santo de qué se encontraba en semejante trance. Se lo imaginó, pero no le debió dar tiempo a preguntarle quién era y menos aún a oír la respuesta esperada. Cuando Marina vio la puerta abierta salió de estampida, veloz como alma que se lleva el diablo. Según manifiesta, huyó despavorida, como lo haría un animal enjaulado, sin temor alguno a la tormenta que seguía cayendo. Tan de estampida salió que el sacristán no tuvo la certeza de conocer su identidad, hasta el punto de que al declarar lo ocurrido dio por hecho que la niña que salió disparada de la iglesia fue Saturnina, la hija del Cachucho, el alguacil, quien rabiaba diciendo que ella no había sido. Al respecto de lo aquí narrado sigo contando con el testimonio de Isidro García, quien asegura haber entrado en la iglesia junto al tío León. Es uno de los hijos de Máximo, el tendero del pueblo entonces. Según me relata, ambos fueron las dos únicas personas que estuvieron dentro (el resto de gentío, mayores y chicos se quedaron en el portalillo) y asegura que miraron hasta en los cajones del armario de la sacristía por ver si encontraban a alguien más. No lo hubo.

Marina contó a sus padres lo sucedido, cuya preocupación no habría surtido apenas efecto al principio porque ignoraban que su niña se hallase en aquel trance pensando que se encontraría con su hermana. No exenta de la pertinente regañina, Laura se disculparía diciendo que creía que había salido de la iglesia y que se habría ido a jugar a casa de alguna niña. La tormenta le impidió que se dedicara a buscarla pensando que estaría en algún sitio seguro. ¡Lo estaba, pero bastante aterrada! Cuando su padre le preguntó a Marina cómo había sabido tocar la campana ésta le respondió que se lo había mandado “la Virgen guapa”. Al respecto comenta que así se le figuraba a ella la Virgen de la Piedra, patrona del pueblo, por la expresión amable y sonriente de la cara en contraposición a la de la Virgen del Rosario, cuya policromía le confiere un matiz más oscuro, interpretado por ella como más fea. La Virgen de la Piedra se halla en el altar mayor y la Virgen del Rosario a la derecha y más cerca de donde se había quedado dormida, por lo que pudo oír la procedencia de la voz que le habló, iluminada como queda dicho por la intermitencia de la luz de los relámpagos que iluminaban la imagen de la patrona del pueblo.   

¡¡¡Un prodigio!!! La Virgen de la Piedra había obrado un milagro, se dejó oír por el pueblo. La noticia de lo acontecido corrió como la pólvora. Durante los días que siguieron al suceso el tema y los comentarios tanto en los hogares como en la calle giraron en torno a lo acontecido. Nadie daba crédito a lo sucedido. Se interpretó como un milagro. ¿Por qué no al de una aparición a semejanza de lo ocurrido a los pastorcitos de Fátima? El secreto en este caso sería el mandato de tocar la campana. Y de las cábalas que se hacían para justificar aquella aparición. ¿Realmente se le apareció la Virgen a Marina? ¿Tuvo la suficiente intuición, inmersa en la oscuridad, para coger el cabo de la soga de la campana y tirar de ella? A su edad, ¿pudo tener la fuerza suficiente para mover la campana? Interrogantes que sólo el interior de la pequeña y su supuesta acción pudieran ejecutar por propia intuición o quizá fuera la fuerza espiritual la que le hizo capaz de tañer la campana. ¿Hubo, realmente, un soplo divino que la guió en la oscuridad? 

Cada cual con su propia convicción interpretaría el suceso a su manera. Sea como fuere, lo cierto es que hubo tañidos de campana, que la puerta de la iglesia estaba trancada, que el sacristán la abrió con la única llave que había y la tenía él, que dentro de la iglesia sólo se encontraba Marina, quien dijo escuchar el mandato de la Virgen y ejecutarlo haciendo gala de una fuerza superior a la de una niña de su edad para poder vencer el peso de la campana y hacer tocar el badajo.  

No tardó demasiado en expandirse la noticia por el contorno y sin tardar llegaría hasta la misma diócesis de Osma. Es posible que el propio párroco del pueblo, por aquel entonces don Tomás Leal Duque (San Juan del Monte, Burgos, 24-02-1907, a esta fecha a punto de cumplir los 103 años), pusiera en conocimiento del Obispo de Osma, Excmo. y Revdo. Señor Don Saturnino Rubio Montiel, lo acontecido. A tenor de lo que creí haber interpretado que me comentó Laura en el verano de 2017, pudiera ser que el obispo se personara en el pueblo para indagar sobre el hecho acaecido. Los otros dos informantes nada saben al respecto, lo cual se traduce en que lo ocurrido no trascendió la barrera credencial eclesiástica como un hecho prodigioso. Marina, por su parte, en la charla que mantuvimos el día 23 de diciembre del año 2019, en el que se basa buena parte del relato, dice no haber oído hablar de la presencia del Obispo en el pueblo, ni de ninguna proposición. Lo que sí me comentó al respecto es que tanto don Tomás, párroco que estuviera muchos años al frente de la parroquia del pueblo, como su hermano don Ignacio, también dedicado al sacerdocio, propusieron a sus padres llevarla a un colegio de monjas como portadora de un suceso que bien pudiera ser elevado a la categoría de milagro.- 

Mi agradecimiento a ambas hermanas y a la familia García Barral, así como a Isidro García por ofrecerme la ayuda  y el testimonio de lo ocurrido, que de algún modo conmovió a la gente del pueblo y en cierto modo al clero. Don Tomás Leal, durante sus 75 años dedicado al sacerdocio, nunca olvidó el suceso acaecido y lo comentó por doquier. 

Marina García Barral, la protagonista del hecho, vive en San Esteban de Gormaz; su hermana Laura falleció en Barcelona en noviembre del año 2017 a la edad de 77 años.  

Diciembre, 2019

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